Desde el ministro de Educación hasta el de Asuntos Exteriores pasando por los directores de la RAE y el Instituto Cervantes, todos han lamentado con gran pesadumbre la decisión del nuevo presidente de EE UU de eliminar de internet la versión en español de la página web de la Casa Blanca. Lo cierto es que tal disposición (ya sea temporal o definitiva) no debería haber cogido por sorpresa a nuestras autoridades ya que desde el mismo inicio de su periplo hacia el Despacho Oval el peripatético Donald Trump manifestó bien a las claras su preferencia por el monolingüismo: "This is a country where we speak English... ¡not Spanish!".

No deja de ser paradójico que los españoles hayamos tenido que esperar a una afrenta tan pintoresca como que Trump reafirme su patriotismo yanqui atacando el habla de sus inmigrantes para que nuestras instituciones políticas y lingüísticas se animen a salir a la palestra en defensa del idioma nacional. Bastante más pertinente se antojaría, por ejemplo, ver a estos gerifaltes levantar la voz contra la moda de inundar de anglicismos el ya pobre español con el que los nativos solemos comunicarnos de manera cotidiana. Si bien es cierto que en este tiempo de revolución tecnológica, son muchos los términos técnicos (el "que inventen ellos" de Unamuno sigue en plena vigencia) que nos vemos obligados a importar del inglés, no lo es menos que nos encanta dárnoslas de cosmopolitas utilizando vocablos y expresiones perfectamente prescindibles como coffee-break por pausa para el café; fast food en vez de comida rápida o (mejor) comida de fortuna o esa manía de denominar hat trick a la proeza de que el mismo pelotero marque tres goles en un partido de fútbol. Es como si el inglés proporcionase una pátina de elegancia a nombres y circunstancias que expresadas en español tendrían pintas más vulgares y así parece que la semana de la moda de Madrid refulgirá con más esplendor si la bautizamos como Madrid fashion week y hasta el bolo veraniego del cantante más cutre se convertirá en todo un acontecimiento si se le denomina perfomance.

Pero si malo es que las autoridades no luchen contra la parasitación del español por vocablos foráneos peor aún resulta el que se pongan de perfil ante el hecho de que se impida emplearlo y aprenderlo en determinadas zonas del territorio nacional. El día (lejano) que en Cataluña no puedan multar a un comerciante por rotular en su negocio: "Muebles rebajados" en vez de "Mobles rebaixats" y en el País Vasco para obtener una plaza de cirujano no cuente más el saber euskera que los méritos profesionales (para que, quizá, cuando el paciente se le quedé en la mesa de operaciones el doctor pueda decir ¡izorratu nuen! en lugar de... ¡la cagué!), puede que estemos legitimados para protestarle a Trump.

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