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Ganar, llegar, durar. Los retos de Obama

  • El mayor reto es la redefinición del papel de EE UU en el nuevo mundo multipolar, y la reparación de una globalización dañada por la crisis financiera americana.

LLUIS BASSETS

Periodista

El mayor reto ya es cosa del pasado. Era ganar las elecciones, la increíble proeza de que un afro americano obtuviera primero la nominación como candidato demócrata y consiguiera luego batir al candidato republicano, al partido del dinero y de los negocios, de la religión y del conservadurismo. Lo hizo y de forma rotunda, sin márgenes para la impugnación o para la duda, como ha sucedido en las dos últimas elecciones presidenciales. Más de 69 millones de votos, la mayor cantidad de sufragios jamás recogida en una elección presidencial, y casi diez millones más de votos que su adversario, John McCain, le dieron una mayoría de 365 delegados (95 más de los necesarios), representando a 28 de los 51 estados. Anteriormente, tuvo que batir a Hillary Clinton en unas primarias que elevaron la temperatura política y estimularon también a la participación y al debate hasta grados desconocidos.

El segundo reto de Obama también ha sido ya superado, y era atravesar la etapa de transición presidencial con éxito, construir su equipo de Gobierno y sobrevivir a las primeras crisis que se abrieron incluso antes del inicio oficial de la presidencia el 20 de enero. Desde el 4 de noviembre hasta el día de la Inauguración, tuvo que repetir innumerables veces la sentencia ya conocida de que "no hay dos presidentes de Estados Unidos a la vez". Muy fuerte fue la presión para que el presidente electo empezara a tomar las riendas, ante la debilidad de la presidencia terminal de George W. Bush y las exigencias de la actualidad: la crisis económica y la recesión, de un lado, y del otro el agitado panorama internacional, con la guerra de Gaza, la crisis del gas entre Ucrania y Rusia, los atentados de Bombay...

En la transición Obama se dedicó a dos cosas. En primer lugar, a reclutar a toda velocidad a los secretarios de su Gobierno y a los futuros asesores de la Casa Blanca para evitar que la instalación se prolongue más tiempo de lo necesario, como le sucedió a Bill Clinton en 1993. Su Gobierno estará tejido en gran parte con mimbres de la anterior presidencia demócrata, empezando por la secretaria de Estado Hillary Clinton y el jefe de gabinete, Rahm Emmanuel, perteneciente este último al staff presidencial de Bill Clinton. Tiene también una componente bipartidista, sobre todo en la persona del secretario de Defensa, Robert Gates, que ya lo era con Bush; pero también en la del secretario del Tesoro, Timothy Geithner, que ha participado en los planes de rescate financiero en su calidad de presidente de la Reserva Federal de Nueva York con la actual administración. Moderado y centrista en política exterior y en defensa, el equipo de Obama tiene una definición ideológica más fuerte en áreas como el medio ambiente, donde ha colocado un equipo de gran prestigio y radicalidad, encabezado por el premio Nobel de Física, Steven Chu, que será secretario de Energía. El nombramiento de Leon Panetta, ex jefe de gabinete de Clinton como director de la CIA, así como los perfiles de los principales puestos vinculados a la justicia, permiten entender que Obama va a efectuar una drástica ruptura respecto a Bush en las políticas que afectan a los derechos humanos y al respeto del orden constitucional y de las convenciones internacionales.

La transición presidencial es un momento muy especial, en el que los expertos consideran que aumenta sensiblemente el nivel de riesgo para la seguridad de Estados Unidos. Parte de las novedades que se producen en este período de interregno entre el 4 de noviembre y el 20 de enero son envites dirigidos a retar o mermar el poder del futuro presidente. Así debe interpretarse la acogida que obtuvo la victoria electoral por parte del presidente ruso, Dimitri Mvedeved, con su anuncio de despliegue de misiles en Kaliningrado dentro del perímetro defensivo de la OTAN o la ofensiva israelí sobre Gaza. En esta transición presidencial, además, el cambio político norteamericano ha ido acompañado de un estrepitoso final del ciclo económico, con el hundimiento de la banca de finanzas de Wall Street y la entrada en recesión pocas semanas antes de la jornada electoral.

Obama recibe un país en recesión, con un nivel de paro creciente, que se enfrenta a dos guerras abiertas, una en Irak y otra en Afganistán, sin salida todavía clara para ninguna de ellas. Entre sus obligaciones se contará la reconstrucción de la política exterior y de seguridad de Estados Unidos tras la catástrofe neocon, que ha dejado a la primera superpotencia sin ideas ni autoridad. La creciente afirmación de la vocación de potencia internacional por parte de Rusia, la tensión entre Pakistán e India y, sobre todo, el callejón sin salida en que se han situado israelíes y palestinos obligará al nuevo presidente a iniciativas rápidas y efectivas en los primeros meses. Pero el reto más soberbio es la redefinición del papel de Estados Unidos en el nuevo mundo multipolar así como la reparación de una globalización que ha enfermado precisamente por causa de la crisis financiera norteamericana. En este capítulo será vital la reformulación de las relaciones entre Beijing y Washington, a no dudar las capitales del mundo que acaba de alumbrar la actual crisis.

Una vez superado el reto de ganar y de llegar, ahora la magnitud de los retos permite la hipótesis de que debe durar, es decir, repetir mandato en 2012, para poder abordar aunque sólo sea una parte muy pequeña de todos ellos. Así quizás al final podrán salir las cuentas, a diferencia de lo que le ha sucedido a su antecesor, ese Bush 43 identificado ya con la imagen de la pasividad y la ineptitud.

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