Aveces pensamos que las cosas son como son por lo que encierran, pero otras aprendemos a saber reconocer la verdadera razón de muchas de las situaciones que vivimos a diario porque hay un arte especial para distinguir lo que es noticia y lo que no. Lo importante sería saber si la noticia es por si sustancial o solo es fruto de la parafernalia, que ahora rodea las redes sociales, y que hincha cualquier evento o situación, con independencia de que el hecho en cuestión tenga su contenido. Que si hay que poner agua en las ventanas y los patios para que los pájaros puedan beber, que si hay que colocar toldos o aire acondicionado en los colegios para que los alumnos puedan recibir clases, que si es importante que los abueletes tomen líquidos en días de calor para que puedan soportar la posible deshidratación, y hasta algún que otro conque, que no hace sino engordar la lista de despropósitos que la digitalización de la vida está trayendo.

Las redes sociales sirven de conciencia social cuando se trata de asuntos sociales porque tienen la suficiente capacidad de convencer sobre las verdaderas intenciones de las noticias. En Jerez y en Katmandú. Si no, que se lo pregunten a los miles de ciudadanos que ni tienen móviles con androides ni tienen intención de tenerlos. Viven en su mundo. El que ellos se crean y al que ellas se deben. Un mundo donde el personaje individual es más importante que el mundo extrafamiliar. Un mundo donde la supervivencia es un objetivo. No un lujo. Donde el poder dormir por las noches con las ventanas abiertas, una odisea. No una puesta en escena. Un universo en el que viven la mayoría sin tener que dar explicaciones por nada ni tener que estar supeditados a la pantalla de un móvil. Como mucho al telediario de las tres, a las noticias de la 2, o al informativo de radio de cada hora. Una forma rara de ver la vida.

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