Cultura

Empanada galáctica

Fantástico, EEUU, 2015, 132 min. Dirección y guión: Hermanos Wachowski. Fotografía: John Toll. Música: Michael Giacchino. Intérpretes: Mila Kunis, Channing Tatum, Eddie Redmayne, Sean Bean, Doona Bae, Douglas Booth, Vanessa Kirby, Jo Osmond. Cines: Al-Ándalus Bormujos, Arcos, Cineápolis, Cinesa Camas, Cinesa Plaza de Armas 3D, Cinesur Nervión Plaza 3D, CineZona, Los Alcores, Metromar.

Con el éxito de la trilogía de Matrix como aval, y una tropa de seguidores a los que uno no querría tener cerca un sábado por la tarde, a los Wachowski se les ha consentido lo inimaginable en su desquiciante carrera por hacer cine de serie B o serie Z con presupuestos y hechuras de blockbuster. Y todavía habrá quien piense que, detrás de sus empalagosos y grandilocuentes diseños de fantasía y de su farragosa parafernalia pseudofilosófica se esconde el secreto de no se sabe bien qué clave para entender este mundo contemporáneo de conexiones virtuales. En fin.

Después del despropósito multitemporal de El Atlas de las nubes, El destino de Júpiter podría verse como un (caro) divertimento de fantasía y ciencia-ficción pulp para amantes del género en su vertiente más pop y rebajada, pero claro, es todo tan de mal gusto, tan kitsch, seguramente a toda conciencia, que el esfuerzo es mucho, más si, como parece, hay que tomárselo medio en broma, de la misma forma que su protagonista, una limpiadora de origen ruso (Mila Kunis), se adentra en una odisea interestelar en la que ella es, nada menos, la reina suprema de la Tierra y la guardiana, junto a su escudero y surfero de los cielos Channing Tatum, del destino de la humanidad.

Entre escenas terrícolas risibles y aparatosas secuencias de acción dominadas por los chicos de los CGI, El destino de Júpiter nos obsequia además con un guiño explícito al que parece referente de todo este abigarrado universo pseudofuturista: el cine de Terry Gilliam, invitado a un pequeño cameo en una secuencia de periplo burocrático que parece homenajear a Brazil y al cine de su responsable. Evidentemente de la suma Gilliam+Wachoswski sólo podía salir un engendro aún mayor, y lo que es siempre imperdonable en estos casos, terriblemente aburrido.

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