Salón de lectura. por José Antonio Santano

El corazón de la gacela

Se afirma que la patria del poeta es la palabra, pero no la única, me atrevería a añadir, porque verdaderamente, el poeta posee, al menos, dos: la palabra y la infancia, en ambas encuentra su universo propio, aunque también hay que decir que no siempre se dan las dos en todos los poetas, tampoco coexisten al mismo tiempo o una más que otra se amplifica según los poetas.

Sin embargo, en la poesía de Mariluz Escribano (Granada, 1935) sí nos encontramos con un universo poético en el cual tanto la palabra como la infancia son elementos determinantes en toda su trayectoria. Pero, además, la poesía de Escribano se reviste de una especial sensibilidad para el recuerdo, la memoria juega un papel preponderante, la emoción y el sentimiento se amalgaman con la palabra hasta crear un mundo poético personalísimo.

Mariluz Escribano traza en "El corazón de la gacela" un camino que nos lleva, desde la experiencia y el conocimiento de lo vivido, hasta el sentimiento y la emoción trascendida, de manera que el lector vive y siente el temblor de la creación poética de su autora. El corazón de la gacela nos muestra un mundo pleno, donde la sencillez del lenguaje -la palabra- se mezcla con el recuerdo del pasado, las vivencias, lo existencial -la infancia-, en un juego de sombras y luces propias de la condición humana.

El poemario contiene cinco partes: "El temblor de la gacela", "La gacela desolada", "La gacela en el jardín", "La incertidumbre de la gacela" y "La gacela pensativa", precedidas todas por un proemio titulado "El tiempo", pilar fundamental del discurso poético, y que podría concretarse en estos versos heptasílabos: «Después de tantas lluvias / y atardeceres lentos, / ahora es tiempo de paz, / de paz y de memoria». Es el inicio del viaje, de un viaje retrospectivo, de pura evocación de lo vivido, en un canto estremecedor cuando se trata de la muerte, así en el poema "12 de septiembre de 1936": «No hay árbol que cobije la ignominia / de una muerte con fierros y fusiles, / con descargas de balas asesinas / y un doce de septiembre ya en la historia».

El recuerdo de aquel tiempo incivil pesa en la conciencia, el fusilamiento del padre, la madre y el destierro, el abuelo fluyen todavía por su sangre de gacela, como un temblor. Presente en su esencia la infancia permanece viva, aunque a veces sienta la soledad y la desolación: «Desnudadme de sueños y de alondras. / Dejadme al aire… / Devolvedme / la infancia que he perdido / porque quiero marcharme», pero otras vuelve a la luz, a los colores de la primavera, al jardín: «Cada estrella un recuerdo, / un desconsuelo triste. / De mi padre conservo / un brillo planetario. / Y así voy por la vida, / rememorando abriles / con noches de planetas, / y esa paz infinita / de la flor y la fruta».

Persevera en el tiempo que todo lo domina, que clava su cuchillo en los días y en las noches y hace del vivir una suerte extraña, mezcla de dolor, de realidad e incertidumbre: «Vivo en el tercer piso / de una desolada tristeza. […] Mis piernas, tan dormidas, / sueñan un mundo antiguo: / pasear por los verdes / caminos de la vida». Mariluz Escribano escribe desde el conocimiento de lo vivido y sentido, y por eso vuelve continuamente a la infancia: «Hoy, cuando es junio en la rosa, / me gustaría habitar / los años de mi infancia», y son los niños objeto de su amor, unas veces: «Los niños han dejado / silenciosa la casa», también de rebeldía y denuncia cuando se trata de su maltrato: «Son los niños soldados, pequeños como almendras, / que duermen con un fierro debajo de la almohada, / hasta que albea el día, vuelven a las trincheras, / y al escombro que deja la guerra en las calles».

Versos estos que dan contenido a la última parte del libro, "La gacela pensativa", y que cierra con otros poemas que evocan a Granada: «La ciudad de Granada ha perdido la guerra. / Los especuladores guardarán de por vida / una negra conciencia de destrucción y muerte», que piden la paz: «Pido el perdón del mundo para los asesinos / aquellos que mancharon sus manos con la sangre / de muchos de los nuestros dejándonos sin padres, / dejándonos sin hijos y sin pan para el hambre. / Pido la paz del mundo para todos», y los que hablan del cansancio, del envejecimiento de las cosas: «Envejecen las cosas y también las palabras: / ahora me cuesta mucho escribir estos versos».

Lúcida poesía, evocadora, testimonial. Voz honda y destacada la de Mariluz Escribano en el panorama de las letras españolas.

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