Dicen que el que juega por necesidad, pierde por obligación. No pareció que esta ley pudiera aplicarse al Barcelona cuando vencía al Alavés en la final de Copa del Rey. Porque el Barça necesitaba ganar para disimular una temporada con altibajos que entre otras cosas acabó con un Luis Enrique que eligió marcharse por la puerta grande antes de quedar a los pies de los caballos. El que a hierro mata, a hierro muere. Una Copa supone un premio menor ante tanto poderío económico, pero ese poderío no solo lo ostenta el Barcelona, con lo que la ecuación indica el reparto en esta dictadura en la que se ha convertido la competición nacional. Ganó el Barça en el campo y los de Vitoria en las gradas, alentando aun después de terminado el partido sabedores de que se aferraban a un sueño difícil de llevar a cabo. Messi, cuando no, decidió acabar con la ilusión de los del norte en tres jugadas que se convirtieron en los tres tantos del vencedor. Los zamarreó en los minutos finales del primer tiempo y allí quedó todo listo para sentencia. El mejor de todos los tiempos es el que elige cuándo se terminan los encuentros, y esta vez no fue la excepción. Nada que reprochar al equipo de Pellegrino que se vació corriendo detrás de un balón que nunca paró de rodar. La final tenía varios extras. Ahora sí, el último partido que albergará el Vicente Calderón. La despedida del técnico azulgrana y quizá también, la del míster alavesista. Theo se despidió con un golazo y Llorente con una brecha en la cabeza. Se despidió Masip, tal vez Arda y algún otro jugador azulgrana. Acabó la temporada y ahora toca esperar al campeón europeo para echar el cierre definitivo. Luego vendrán esas pachangas veraniegas que se llaman supercopas. Termina un año vulgar si lo comparamos con aquellos tiempos donde se cosechaban 100 puntos para ganar una liga. Acaba una temporada, pero en la otra, no parece que vaya a cambiar demasiado.