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Análisis

FraNCISCO g. lUQUE rAMÍREZ

Ejemplo de nada

Darse una vuelta por las redes sociales tras un 'Clásico' te hace ver una realidad preocupante

Imagínense un lugar en el que una persona presencie gritos, insultos, conatos de pelea, trampas e incluso agresiones. Podría estar refiriéndome a una reunión de zombies pasados de vueltas saliendo a las siete de la mañana de una de esas discotecas donde hay más pastillas que en Torrecárdenas, pero no, no es el caso. Me refiero a un Barcelona-Real Madrid, ese partido que todos conocemos como el Clásico del balompié español y que en los últimos años muestra de todo menos deportividad, que es lo que debería fomentar el fútbol. Independientemente a los resultados que se den, a los errores arbitrales o de los propios jugadores, lo feo que tiene ya un encuentro de este tipo ha pasado de la tensión entre futbolistas en el terreno de juego, donde se impone la pillería, a unas gradas repletas de individuos que sienten más dolor porque expulsen a la estrella de su equipo que con la muerte de un familiar cercano. ¿Es que estamos locos? Sí, el negocio del balón está rozando ya el surrealismo y llegará un momento en el que no pueda abarcar tanta estupidez humana. De siempre ha habido piques entre madridistas y barcelonistas, y de hecho era hasta bueno, hasta que se empiezan a perder las formas. Darse una vuelta por las redes sociales durante el día de un Clásico o en días posteriores es toparse con una realidad preocupante. Amigos que llegan a insultarse abiertamente al no compartir una decisión arbitral. La ceguera del fanatismo se impone en un mundillo que cada vez se aleja más de lo que debería ser. El fútbol a ese nivel, el profesional, el de choque trenes entre clubes con alma de empresa que mueven a hordas de seguidores, ya no es ejemplo de nada. Por el camino que va el universo de la pelota, no es de extrañar que cada vez haya más padres y madres que apuntan a sus hijos a otro tipo de deportes, a los que sí fomentan el respeto entre rivales y que no llevan su pasión al extremo más absurdo, el de tomarse tan enserio algo en lo que no es tan importante como nos hacen creer.

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