De las últimas siete temporadas, en sólo dos el Almería ha alcanzado su objetivo. El dato admite poca interpretación. Un ascenso a Primera División y la posterior permanencia. El resto, ese descenso en 2011 con el cuadro rojiblanco arrastrándose (0-8 incluido ante el Barcelona), al igual que el de 2015 (con la salvación más barata de los últimos años hasta hace unos meses), dos campañas agónicas en Segunda jugándose las habichuelas en la última fecha, incluida esa 11-12 (no entró en promoción a pesar de contar con el fondo del descenso). Todo ello con la sensación de dejadez, desilusión y apatía que ha demostrado una entidad que tiene que pasar de su estado apocado a pensar en grande, aspecto que no es una nimiedad. A pesar de eso, la fiel hinchada nunca falla, incluso teniendo que soportar dardos de su propio club. Sin embargo, es comenzar el mes de agosto y renovarse la ilusión de no verse con el agua al cuello y, como soñar es gratis, pensar en que el sufrimiento del nuevo curso será por objetivos más ambiciosos. En ocasiones la ilusión se reactiva sola, aunque este estío puede que haya dado argumentos para ello. Dando por buena la máxima de que las sensaciones de pretemporada no dejan de ser sensaciones, no es menos cierto que desde la Vega de Acá se desprende otro aroma. Primero con la renovación de Luis Miguel Ramis, quien realizo un trabajo fabuloso desde que llegase a mediados de marzo, anteponiendo ganas y conocimientos a su falta de experiencia en la categoría y ganándose la oportunidad de empezar un proyecto desde cero. Segundo, con la tardía limpia necesaria en un vestuario podrido, ya que es en la caseta donde se empiezan a ganar los encuentros. Y, tercero, con las incorporaciones (Ibán Andrés incluida), a falta de un par de guindas que suban el nivel del plantel. Habrá que comprobar si en unos meses esta ilusión se mantiene intacta.

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