En unos días marcados por un Clásico que para el mundo, con más razón o menos, nos hemos vistos sobrecogidos por un suceso trágico. La muerte por atropello del ciclista Michele Scarponi mientras salía a entrenar temprano para poder pasar un día en familia, así de cruel es de tanto en cuanto el destino, deja muchísimas reflexiones. Sin embargo, en mi mente prevalecen dos. La primera, y quizá más importante, es la falta de concienciación que tenemos todos los conductores cuando vamos en nuestro vehículo y nos acercamos a una persona en bicicleta. Se deben corregir un ciento de pensamientos que se dan por sentados y da mucha lástima que nos los replanteemos cuando una persona abandona el mundo. La segunda es sobre la vida. Un hecho como el del italiano nos invita a paladear esta preciosa aventura sorbo a sorbo. A dejar de pensar en qué haremos mañana para disfrutar de los planes de hoy.

A todos y cada uno de nosotros nos lanzaron a esta selva sin preguntarnos si queríamos venir, pero una vez fuimos conscientes vimos que merecía la pena. Por la gente que nos rodea, por la que nos queda por conocer y por los momentos que gozamos en su compañía. Experiencias así nos dicen que la vida es para explotarla suspiro a suspiro. Por desgracia, ninguno sabemos cuál es nuestra hora. Un día, sin previo aviso como a Scarponi, la muerte nos da la mano. Y nadie se librará de este amargo encuentro. Esa imprevisibilidad quizá sea lo que dote a esta vida de significado. No ser eternos nos debe dar un chute de energía para gastar cada segundo como y donde queremos. O, al menos, podamos. Para que cuando llegue ese despiadado momento, seamos capaces de decir que disfrutamos todo cuanto fuimos capaces de este viaje. Porque téngalo claro, somos terriblemente afortunados. No sabemos por cuanto. Por eso, que cada segundo cuente.