En el Heliodoro Rodríguez López de Tenerife volvió a verse a un Almería desquiciado. Pozo desubicado como referencia ofensiva jurando en arameo cada vez que la cámara le hacía un primer plano, Casto llevándose la mano al rostro afeándole a sus compañeros la lentitud al realizar las transiciones defensivas, Corona tirando amagos sin ton ni son y lanzándose al césped como nunca ha hecho en su carrera para intentar robar balones...

El cuadro era un poema y nadie tiene pinta de querer remediarlo. A mi modo de ver, y atendiendo a que los futbolistas se muestran impotentes para revertir la situación sobre el césped, los culpables se reducen a dos: presidente y entrenador. Alfonso García en el papel principal, por su radical mutación de un mandatario de gatillo fácil con todos sus entrenadores que incomprensiblemente ahora mantiene en el cargo al que peores números históricos atesora.

Como actor secundario Fernando Soriano, candidato al razzie. Al maño se le sirvió en bandeja de plata todo el poder que ninguno de sus antecesores habían tenido para confeccionar la plantilla que quisiera. Pudo hacer y deshacer a su antojo, solo limitado por los lógicos márgenes económicos, pero se ha desvelado como el peor cirujano posible para extirpar el problema que había en el vestuario (lo hizo tarde y parece que mal) y su apego al puesto ya causa conmoción.

La ceremonia de la confusión que viene siendo este club en los últimos tiempos alcanzó ayer tras el partido uno de sus puntos álgidos cuando el presidente, en una misma respuesta, fue capaz de ratificar al entrenador para la visita del UCAM de Francisco (el morbo está garantizado) a la vez que le daba un ultimátum recordándole al maño que fuera de casa el equipo no le gana a nadie y para salvar la categoría hace falta sumar puntos de tres en tres. A algunos se les ha pasado el arroz...