Análisis

pilar quirosa cheyrouze

En una estela del verso

Retazos de vida y sortilegios nacen como ráfagas de luz en la poesía de Virginia Fernández Collado. Días de silencios y asombros, toda una década de reflexión y lirismo que atraviesa la cotidianeidad para fundirse con el universo y sus leyes gravitatorias, las mismas que hacen escala en la memoria sentimental de un tiempo.

Alejarse del mundo para encontrar una nave, un asidero. Mientras suena el jazz de Coltrane o de Miles Davis, y renace el beso de Gustav Klimt y las claves de la memoria. También desde el enigma: el surrealismo fecundo de René Magritte, los relojes derretidos de Salvador Dalí, homenaje al arte en toda su extensión y belleza. El cromatismo conceptual de Frida Kahlo. El realismo de Antonio López. La soledad, la catarsis a través de la palabra.

Evocaciones para un tiempo lleno de creatividad y armonía. Entre olas de arena, entre huellas y signos, evocando el olor a humedad, a tierra. Horas presentes, intimismo que alcanza cotas de desvelos, la naturaleza forjando la sensualidad de las horas, amparadas por el ritmo de la contemplación de las hondonadas del agua, 'La poesía es una puerta abierta hacia nuestros océanos interiores', la sal, la luz y el viento, la eternidad en un segundo antes de regresar al punto de partida, al margen de los esquemas marcados por la intrahistoria de los días.

Una brújula, donde nace el árbol, más allá del vaso roto de la infelicidad, los días del pasado, la voz clave de Emily Dickinson, Alejandra Pizarnik, Virginia Wolf, Silvia Plath, la mirada pasional que abre todo un mundo. El misterio y la vida, la humanización, el equilibrio, la observación del ser sensitivo que, desde la distancia necesaria, vuela hacia las claves de un mundo posible, para encontrarse a sí mismo. La esencialidad de la ciudad celeste de Valente. Beber de la palabra, hacia la palabra. De la claridad hacia la claridad. Los días blancos. Y siempre la lluvia. Rastros al compás de la lluvia: 'Te lluevo/ me llueves'. 'Esta lloviendo otra vez en Armsterdam'.'Escribir un poema/ en cascada/o en diagonal/ es llover de belleza'.

Silencio, romper el hielo a través de la palabra, el desierto de los días, para salvar la verdad y el sentimiento. Los versos de Pessoa y Baudelaire. La esencialidad, el equilibrio: 'Me gusta observar esa milimétrica / exactitud del tiempo'. Una película en blanco y negro que trascienda la existencia, para mirar más allá de los exilios interiores, una música lejana, plena de metafísica estelar. Una imagen para intentar evadir los precipicios de la existencia.

'Me gusta la vida en los jardines', apuntes nítidos, pinceladas impresionistas. Preocupación social y arrojo ante las sombras que palpitan en la oscuridad. 'No he vivido el holocausto/ Auschwitz/ Varsovia/ Berlín/. Sin embargo/ caen copos de ceniza/ de los árboles'. Oscura noche de los tiempos. Kafka y la metamorfosis. Requerimiento para anidar con alas de esperanza, en un campo de trigo. Con la luz del sol. Junto al legado de Neruda y los naufragios del alma. La visión de un paisaje renovado, en íntima y cercana confidencia: 'Soy montaña/ soy arroyo/. Escóndeme'. En un lugar posible, internándose por el corazón de un bosque donde viven las hadas y también nieva la luna.

Donde puede sentirse la vida a pesar de todas las fisuras, quebrantos y contradicciones. 'Estamos hechos de nieve/ tenemos el corazón lleno de estambre/, somos seres melancólicos'. Sensibilidad y misterio. Profundidad y matices, más allá de un introvertido lirismo. Más allá de las niebla que polariza el alma. Más allá de las rejas que seccionan el verdadero valor de las cosas. Más allá de la soledad. Acunada por el corpus amoroso, por el tiempo fecundo de la verdad. Y la música, eterna, revisitada junto a un cuadro de Chagall, renaciendo cada día, a cada segundo, en el alma del Sur.

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