Análisis

Francisco G. Luque Ramírez

Aquellas pachangas en casa

Jugando con mi padre en el pasillo mi madre sufría por los cuadros de tantos pelotazos

Hace una semana asistí a la presentación del último libro de Eduardo del Pino, mi primer maestro en esto del periodismo. Leer a Edu es como hacer un hermoso viaje en el tiempo, un regreso a la infancia de cada uno, con cada cosa detallada con un sentimiento inigualable que hace el lector naufrague, sin poder evitarlo, en un mar de añoranza. Durante el acto recordó, a modo de divertido monólogo, sus años mozos en los que su único gran amor era una pelota con la que jugar al fútbol día, tarde y noche. A esas edades, pocas preocupaciones más había. Quizás yo no tuve tantas ansias por dar patadas a un balón a todas horas, como le pasaba al maestro de los fragmentos de lo cotidiano, pero nunca perdonaba el partidillo que jugaba con mi padre en el estrecho pasillo de mi casa cuando él llegaba de trabajar. Antes no había campos tan accesibles como ahora en los barrios, ni tantos parques o plazas en las que poder pegar unos cuantos balonazos. De hecho, el parque que había junto a mi casa, conocido como El Oscuro, era como una especie de campo de minas, por las cacas de los perros y por alguna que otra jeringuilla. Ahí fue donde aprendí a llevar la bici sin las ruedecillas de atrás. Por suerte, no me caí. Ante la falta de lugares seguros para sentirse futbolista, uno se adaptaba como buenamente podía. Yo tenía una pelota apepinada de plástico, de esas del Todo a 100, un pasillo de tres metros y pico de largo, y menos de uno de ancho, y un padre que a pesar del cansancio con el que llegaba después de una dura jornada de trabajo, nunca faltaba a la pachanga con su hijo ni un solo día. Dábamos balonazos (o zurriagazos, como decía) de un lado a otro, haciendo sufrir a mi madre cada vez que la pelota rebotaba por las paredes haciendo temblar sus queridos cuadros, esos que enmarcaba en la mítica tienda Pincel. Como bien dice Eduardo, antes todo era más fácil que ahora. Esos partidillos me hacían ser un crío muy feliz. No necesitaba nada más. ¿Jugamos de nuevo, papá?

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios