El Almería lleva varias temporadas en una especie de caída libre de la que muchos tememos no ver el fin. Están siendo años de muchos rotos y descosidos, de hacer y deshacer, de vender alta costura y acabar con remiendos, con demasiadas costuras que arreglar y demasiadas agujas, en forma de entrenadores, dando sus cortes, confecciones y puntadas. La última ha sido la de Ramis, un entrenador que tuvo la difícil papeleta de visitar al líder en su terreno de juego, donde estaba invicto, para hacer su debut. Como cada nuevo modisto que llega a un taller, necesita tiempo para que sus sastres se impregnen de su nueva filosofía. En este caso Ramis había prometido un equipo que practicara buen fútbol y sacara el balón jugado. Hasta ahí bien, sino fuera porque la alineación suponía una gran contradicción. La inclusión de Trujillo y Vélez, que siempre se las arreglan para jugar con todos los entrenadores, al menos de antemano, era un ataque al fútbol de creación promulgado durante la semana y así se reflejó en el primer tiempo, donde el balón apenas le duraba un suspiro al Almería ante un Levante que olía la sangre y preveía una victoria fácil ante uno de los colistas. Por suerte llegamos al descanso con un 1-0 que pudo ser mayor. En el segundo tiempo, el Levante se dejó llevar, o esa impresión dio, y para cuando quiso darse cuenta, el Almeria ya merecía haber dado la vuelta al marcador. No lo hizo por la inoperancia de nuestros delanteros y porque Uche no estaba sobre el terreno de juego. Si al nigeriano le caen las bolas que le cayeron a sus compañeros, hoy estaríamos hablando de punto de oro o de incluso algo más. Lo bueno es que esos últimos 20 minutos demuestran que el equipo tiene mayor capacidad de la demostrada con Soriano durante 27 jornadas. Jugando así, la permanencia es posible. Lo malo es que hemos desperdiciado demasiado tiempo entre costuras, quedan solo 12 jornadas y el margen de error no existe. El Alcorcón será la primera de las 12 finales que tenemos. Todo lo que no sea ganar, hará el hoyo más profundo…

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