Carta del Director/Luz de cobre

Abiertos al mar

Seis años se ha tardado en firmar el convenio Puerto-Ciudad. Un protocolo de intenciones al que hay que darle ahora contenido

Siempre permanecerá en mi retina la primera vez que recorrí el frente litoral de la ciudad. No tendría más allá de seis años cuando recorrí el Zapillo por vez primera. Ya entonces me sorprendió la capacidad del hombre para fastidiar algo tan hermoso como la grandeza de una costa abierta. Aquí, a finales de los setenta, el desarrollismo turístico abigarrado y mirando a las alturas, emulando los primeros edificios de Benidorm, pero en cutre, ya se había cargado parte de la fachada litoral de la ciudad. Una pena.

El lunes se dio un paso importante para recuperar al menos el kilómetro que va desde el Cable Francés hasta la rotonda de Pescadería con la firma del convenio Puerto-Ciudad. Un proyecto, todavía en pañales que permitirá, con la colaboración de las administraciones y la iniciativa privada, abrir Almería al mar. Una idea aplicada con éxito en ciudades como Málaga y Alicante, que ha cambiado la fisonomía y la faz de ambas capitales y que ahora espera tener el mismo recorrido en Almería.

No va a ser fácil. Quien piense que tras la firma está todo hecho se equivoca. Al contrario, por delante queda tan largo trecho que muchos se quedarán en el camino y otros "morirán" en el intento de cruzar el Rubicón de poner en valor unos terrenos hermosos, que deben cambiar la imagen que hoy tenemos de la capital y devolver a los que aquí habitamos el amor por el azul del océano, a la vez que se crean miles de puestos de trabajo y se cambia la imagen de un puerto, hasta ahora industrial y de pasajeros, a otro en el que también quepan las zonas de ocio, restauración y el turismo de calidad, que esta ciudad lleva tantos años ansiando. El exalcalde de la ciudad, Luis Rogelio Rodríguez, decía tras la firma que el paso dado era inmenso, pero que en realidad sólo se trataba de un compromiso al que se ha llegado tras seis años de negociaciones. Ahora es cuando se inicia la verdadera oportunidad. Ahora es el momento en el que la iniciativa privada debe ver las posibilidades de los terrenos, los arquitectos y paisajistas poner a la vista sus ideas y las administraciones ser capaces de resolver las múltiples trabas con las que nos vamos a encontrar. No hay que tener prisa. El proyecto hay que vestirlo con las mejores galas, sin errores de los que luego podamos arrepentirnos. El caramelo es tan apetitoso que a poco que nos descuidemos será posible encontrarnos con efectos indeseados y hasta perniciosos. Abrir el puerto al mar supone cambiar de hábitos, recuperar un espacio para la ciudad que ahora una valla nos tiene vetado, aunque sin dejar de lado que este espacio genera dos mil puestos de trabajo y, a poco que lo pongamos en valor en la parte oeste de la ciudad, seguirá siendo la principal vía de entrada de pasajeros y mercancías con África. Aprovechemos lo que se nos ofrece. Ambas opciones son compatibles y la ciudad, la única beneficiada.

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