De reojo

José María Requena

Ad cautelam

HACE poco Antonio Lao, director de este periódico, me volvió a pedir que escribiera. Su asidua cortesía me empuja a ello, aunque antes les debo alguna aclaración.

Las dudas que me genera opinar en público, por poco que se lea, son graves. Porque a pesar de mi formación universitaria y de andar bregando más de treinta años por la espinosa abogacía, les confieso que cada día me siento más ignorante, menos experto en nada. Y porque lo único que me atrae es seguir curioseando, a mi aire, entre las raíces que sustentan el palpitante proceso de la vida. Además, en cuanto a la forma, porque mi exigua experiencia literaria la retórica del foro no da para florituras se agota en algún casual escarceo típico de ese anónimo grupo de ágrafos locales, empecinados en tejer palabras con mar-chamo poético o cuentista, sin aspiración de publicar, sino por el regodeo de perfilar ideas y emociones.

Otro corro más selecto, al que no aspiro, desde los Fernández a los Romero, los Kayros, Ceba, Torrijos, etc., sí han forjado y siguen conformando un trasiego localista, limpio, de andar por casa si quieren, pero a mi paladar, ameno y lúcido. Que agrada seguir.

Y en cuanto al fondo, porque mi agria desesperanza por la especie humana y su infinita necedad, creo, me marca los humores no el humorismo para mal. Sitiada por recelos y explotaciones, la convivencia tolerante, sin luchas, me parece inalcanzable. Nos veo sometidos a los mismos resortes instintivos que los ancestros cavernarios. Ellos podían matarse por una presa y nosotros por petróleo, una ideología o un trapo de color.

Las utopías de solidaridad y justicia no sirven sino para que los adictos al poder, disfracen el sistema político de turno incluida esta democracia sometida a las groserías del capital que legitime el sempiterno dominio de unos pocos sobre el resto. Y me siento impotente, como muchos, ante tanto desatino.

Acaso por ello se entienda mi gusto por no merecer atención social y vivir centrado en mis faenas. Si de adolescente ibapara presidente de la tercera república, al final conseguí no ser ni candidato político, ni ostentar cargo alguno. Me compensó, con creces, disfrutar la familia y los amigos y la antigua vanidad quedó colmada con la presidencia de mi comunidad de vecinos.

Desde tales trincheras te advierto Antonio, que ninguna buena intención suele quedar impune. Si permites que de reojo, a quien es nadie entre los que saben de esto, opine más por sentido de amistad que por afición, acaso en la explicitación habitual del desentono encuentres tu propia penitencia.

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