La Almería del límite

Almería, con su secular pobreza, su desierto y su endémico conformismo, es un pueblo plácido

Almería, con su secular pobreza, su desierto sobrecogedor y su endémico conformismo es un pueblo plácido, de gente resignada y ferozmente individualista, que resurge de cada envite siempre más virginal y más emprendedora: Almería es tierra de fronteras -de Andalucía y España, de Europa y África, mar (que las une y separa) por medio- según disertaba en su Tribuna de La Voz mi caro amigo y maestro de sueños, Fausto Romero -incorruptible soñador que sueña no soñar-, conjeturando que tales rastros identitarios se hayan visto repujados por la revolica de nuestra insularidad mardependiente y las migraciones. Y me solazaba con sus cábalas sobre la idiosincrasia del ser almeriense y al alma levantina que nos anida no porque crea que ello nos confiera algún sello insólito, claro que no, pero sí porque acaso tal cuna ofrezca -como decía L. Durrell del vino de cada valle- un aroma único, un exclusivo buqué del inimitable cóctel mineral que nutre a cada viña. Y no es una boutade chovinista faustiana, si reparan en qué singulares fueron los limenei, los moradores del limen, de aquellas franjas cultivables que separaba a romanos y a bárbaros, pobladas por el 'limí/trofe' (o sea, el que "come el fruto del limes"), como bellamente los figuró el gran filósofo E. Trías, para desarrollar su 'Lógica del límite', alzada sobre el hábitat de tales lugareños de armas y azadón, que un día araban, otro reñían con las legiones y otro con los vándalos, siempre desde su cosmos precario e incierto, siempre apremiado su aliento entre la razón y la sinrazón. Una metáfora de tensiones multiculturales que quizá explique por qué los pobladores de estos confines tan transitados, tan de aquí, sean gente comprensiva y hospitalaria con el foráneo, dada a mistificar lo que llega o pasa, a la vez que descreída con el mérito de los suyos, con quienes es más propicia al desdén que al elogio y le cuesta mostrar apego o le azora decirle un te quiero sin escoltarlo de alguna blasfemia que disfrace su afecto. Y forja que sea gente de recio aguante y leal hasta en la agonía, la que habita esta Almería del límite que vive al límite de la imprevisión, por la displicente inepcia de sus elites cortoplacistas, aunque su versatilidad cultural y mestizaje social le avalarían en un orbe globalizado como el que viene, para reivindicarse como una Florida europea, a poco que sus líderes locales maduraran y entendieran su potencial.

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