Apellidos ilustres

Ahora la ley ya permite el lío monumental, el desperdicio de miserias novelescas y apellidescas, la equidistancia, la bronca

Don Ignacio Cuernavaca de los Albores Peris-Mazas, del los ilustres Cuernavacas de los Albores de toda la vida, con blasón flamígero entorchado y rancio abolengo pasado de padres a hijos y de madres a hijas porta con presteza su apellido en tarjeta de visita con letras en cursiva que además adornan impresas en remites de sobres y portafolios de sobremesa. Ignacio, tal y como se le llama en familia, lloraba y temía por la trascendencia de los apellidos, esos apellidos únicos y distintivos santo y seña de familia y alcurnia. Y la ley le ha salido al paso pero ha de decidir, ya que casado con Doña María de las Mercedes Satrústegui de las Riberas Blazquez-Núñez, tendrá junto a Mercedes, llamada también así en familia, un vástago varón al que han de nombrar y apellidar. Nombres le pueden poner muchos, hasta diecisiete y veintitrés tienen los más nombrados, pero apellidos, algunos menos. Ignacio y Mercedes, deben decidir, en un no muy largo periodo de tiempo si su hijo se apellidará Cuernavaca de los Albores Satrústegui de las Riberas o Satrústegui de las Riberas Cuernavaca de los Albores. Ahora la ley ya permite el lío monumental, el desperdicio de miserias novelescas y apellidescas, la equidistancia, la bronca y la pelea por decidir cual será el primer apellido, el del padre o el de la madre y qué apellido, oh, se perderá el de la madre o el del padre. No a las leyes sálicas y sí al desbarajuste de saber en un nombre cual es el apellido del padre y cual el de la madre. Nace un hijo o hija, se pone en marcha el cronómetro, corre el tiempo y no hay decisión, todos somos iguales, lo echamos a los chinos, pares o nones, a los dados, a la carta más alta, no hay quorum, mi apellido es más noble, el mío se va transmitiendo desde Felipe IV, el tuyo es feo, pues anda que el tuyo. Se acaba el tiempo y el funcionario ya tiene una moneda gastada con la que decide a cara o cruz. A su lado, en la mesa del ágape de la celebración de la puesta de largo de una conocida de las familias, María Pérez espera también descendencia de José Pérez, los cuales se sienten solos y desamparados ante el vacío de la imposibilidad de indecisión combinatoria. Hombre, no va a comparar usted un Cuernavaca de los Albores Satrústegui de las Riberas de toda la vida (o viceversa) con un vulgar Pérez Pérez que nada tiene que hacer en la vida salvo demostrar su valía por sí mismo y no por sus apellidos.

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