Gafas de cerca

Tacho Rufino

jirufino@grupojoly.com

Atentado en Suecia

Que Donald Trump aduzca un ataque islámico inexistente dice mucho de su condición

Hace unos días recibí un correo de Monica Lewinsky. Al pronto, me estremecí. Pero no era nada personal. Lejos ya los tiempos en los que Monica se arrodillaba ante Clinton en el Despacho Oval, la becaria preferida de su presidente favorito trabaja ahora en el gabinete de prensa de una de esas revistas crípticas donde los universitarios, da igual que seas biólogo o de empresariales, deben publicar para poder promocionar. Un nutritivo negocio editorial, por cierto, mayormente estadounidense, en el que los periféricos entramos con fe de converso. Ayer, al saber que Trump volvió a decir un embuste grave, me dije: "Estos Estados Unidos no son lo que eran". A Clinton se le obligó, como se hizo con Juan Carlos I con Corinna y sus elefantes, a pedir perdón ante la cámara con cara de máxima contrición y mayor propósito de enmienda. Siempre nos contaron que allí la mentira de un gobernante se perdona poco o nada. A Donald, de momento, le sale gratis. Como Maradona con sus leches, Trump es inocente nato en esto de soltar trolas. Aunque sean tan delirantes como la de Suecia. Un infundio mil veces más grave que una calentón con final de cortina descorrida. Donde no hubo atentado ninguno, por mucho que el presidente USA así lo afirmara para, voilà la pirueta tramposa, abundar en su argumento sobre terroristas entre los refugiados musulmanes. Que haberlos, los habrá. Pero no ha habido bombas en Suecia. Una cosa es colocar a Spain junto a Paraguay en el mapa y otra pasarse la realidad por el mismo forro de la prepotencia.

Esto encaja con el término de moda, posverdad, que viene a ser dar más importancia a crear emociones que a los hechos a la hora de emitir juicios o de advertir de peligros. A lo largo de la Historia siempre ha existido esta práctica, que se acelera ahora con las redes sociales. Pensemos en el pan y circo romano o el de Ronaldo; que le pregunten a Goebbels. En realidad, practicar la posverdad significa mentir para manipular, ahora o al preparar las Cruzadas, pero así dicho pierde mucho tirón comunicacional. Uno cada vez compadece más a los jueces, que no paran de oír mentiras estructuradas en una estrategia de defensa o ataque judicial: "Yo no sabía nada, en realidad gasté millones pero porque es que yo soy una lela loca de amor (o un presidente que estaba en otras cosillas)". Ya vemos lo que respeta la verdad el Maquiavelo de la Trump Tower. Quién diría aquello de que para estar en política era bueno haber sido un hombre de empresa. ¿Fue Jesús Gil? ¿Bungabunga Berlusconi?

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