Hoja de ruta

Ignacio Martínez

Besos y juegos de palabras

Desde ayer hay oficialmente 2.338.517 parados en España. Muchos. Tantos, que Miki&Duarte han introducido la palabra crisis en el lenguaje oficial: ¿Recuerdan el chiste? Zapatero, en la cama, le cuenta a Sonsoles que Solbes tiene un plan estupendo contra la crisis; ella le hace ver que ha dicho crisis, y él tan campante le responde que ya se puede decir crisis, que ahora lo que no se puede decir es trasvase. Durante la campaña electoral los dirigentes socialistas insistieron machaconamente en que no había crisis sino desaceleración de la economía. Un juego de palabras. Ahora, el vicepresidente Solbes afirma que el deterioro del empleo "se está acelerando". Otro juego malabar, que significa que lo que viene es peor de lo que tenemos. En el último año, el paro ha crecido un 15% en total; un 30 entre los hombres y un 60 entre los inmigrantes. Abróchense los cinturones.

Los eufemismos para nombrar las cosas son universales: Esteban González Pons, la estrella en alza del PP, dijo el otro día que en su partido "no hay crisis, sino una desaceleración". Ingenioso. Pons está destinado quizá a sustituir como secretario general a Ángel Acebes. Se marcha a segunda fila el último ministro del Interior de Aznar, el hombre que dirigía los servicios de seguridad del Estado el día que unos canallas, fanáticos islamistas, pusieron 10 bombas en cuatro trenes de cercanías de Madrid, y mataron a 192 personas e hirieron a 1.427. Nadie culpa a Acebes de negligencia por no haber evitado el atentado, pero son muchos los españoles que piensan que el ministro les intentó tomar el pelo entre el 11 y el 14 de marzo de 2004, con la pretensión de que pensaran que los autores del atentado eran etarras y no yihadistas. Ese es su estigma.

Acebes es una persona querida por los militantes del PP, pero quien más le ha llorado en público ha sido Esperanza Aguirre, uno de los dos ministros de Aznar con poder institucional, el otro es el alcalde de Burgos, Juan Carlos Aparicio. Con mando en plaza quedan otros dos: los presidentes nacional y andaluz del PP, Mariano Rajoy y Javier Arenas. Aguirre también hizo mejor que nadie el duelo por la marcha de Zaplana. Y me encantó su beso a Rajoy en los actos del 2 de mayo, con toda la prensa pendiente. En ese beso no hubo ni física ni química, pero sí mucho arte. No fue un beso de esos que se daban en la boca, con la labios apretados, los camaradas comunistas, como aquel de Gorbachov y Honecker en octubre de 1989 poco antes de que cayera el muro de Berlín. El de Rajoy y Aguirre fue un beso de los que no tienen lugar, en el que los interesados juntan los pómulos, pero dejan su boca al aire. No fue, sin duda, un beso de Hollywood, de esos en los que se inclina al otro hacia atrás, como invitándolo a estar más cómodo. Pero fue un beso cinematográfico, de ficción. Un juego.

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