El callejón del gato

Brotes dictatoriales

Los nacionalismos son un germen proclive a las pasiones que no toleran salirse del rebaño

Entre la corrupción que florece como la mala hierba y la moción de censura de Podemos, no dan abasto las tertulias vocingleras, convertidas en un "Sálvame" de la política. Sobre ambos temas está todo dicho. Con respecto a la moción de censura de Pablo Iglesias me limito a sugerir que es como lanzar un penalti adrede fuera de la portería para beneficiar al equipo contrario, y con respecto a la corrupción nada serio puedo añadir que no se sepa. Lo único que me quedaba era darle un toque esperpéntico al comportamiento de tanto chorizo y lo he plasmado en "La Piscina Cubierta", una obra de café teatro que estamos representado en los circuitos de teatro alternativo con una magistral interpretación de Miguel Ángel Cañadas y José Pérez y, por qué no decirlo, que está teniendo muy buena acogida por parte del público que ha tenido el detalle de venir a vernos. Como seguiremos dando la batalla, me permito recomendarla. Dicho esto, en el espacio que resta, voy a tratar de otro tema grave que ha sido menos sonado. Me refiero a los brotes de dictadura que emanan de las formaciones que en los últimos años se han introducido en el mapa político. Son gestos que apuntan maneras propias de regímenes totalitarios. Por una parte esa forma de querer controlar los medios de comunicación, al intentar interferir en una cadena de radio libre, imponiendo a la persona que debe participar en un debate. Me refiero al intento de Podemos de imponer la presencia de Irene Montero en un programa de la Cadena Ser al que había sido invitado Íñigo Errejón. Y, en particular, al número que montó la susodicha otorgándose el derecho a invadir un terreno que no le pertenece. Si ahora, siendo la tercera fuerza política, se toman el poder tan a pecho como para decidir quién puede y quién no puede hablar, habría que ver lo que harían el día que asaltaran los Cielos, si es que llega. El otro brote dictatorial resulta más peligroso porque procede de un sentimiento nacionalista con mando en plaza. Los nacionalismos son un germen proclive a las pasiones que no toleran salirse del rebaño. El nacionalismo catalán anda por esos derroteros. Con un gobierno autonómico, producto del sistema establecido en la Constitución Española, elevan su ley a un rango superior a la Carta Magna. LLuis Llach amenaza a los funcionarios que no se sometan a la dictadura del nacionalismo catalán, y Carles Puigdemont, presidente de la Generalitat, le da la razón. Mal asunto.

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