Cabo de gata

Son los territorios que sobre el pecho se alzan. Exactos, invictos, puros como tu cuerpo de nube entre mis manos

Contemplo el Faro del Cabo de Gata y me pregunto: ¿sabe dios cuántas veces he implorado tus labios sobre estos territorios, amor? Sobre el cerro de la Testa aún sobre las ruinas en pie estoy, abrazando la frontera del último rey moro, entre muros, piedras y arena. Entre el desierto de tus labios, amor. Abrazando el tacto inextinguible sobre la roca sola que un día más vuelve a recibirnos.

Estas son las regiones que habito. Tú, la luz de un faro a lo lejos cayendo sobre los párpados, el Cabo de Gata ondeando los últimos bastiones de nuestros cuerpos. La soledad de los imperios agitando nuestros cuerpos, mientras imploramos que no se acabase la noche.

Aún se oyen los pasos del poeta Juan Goytisolo por estas tierras. Su voz, como una tempestad que se arrastra en un pecho, emerge aún entre piteras, rocas y corralizas. Somos testigos de ellos. Llevamos La Chanca anclada en el pecho, los campos de Níjar, la humildad de los hombres hecha pueblo. Las calles en llamas arrebatando la onda perdida por el tiempo, barcos atracados en la madrugada. Los mismos que hemos agitamos sin vida en nuestras manos.

Aquí, amor -hablo desde los huesos del dolor- el ser humano dista del infierno de la urbe para encaminarse hacia los áridos espejos, hacia sus acantilados cayendo sobre los párpados. Para terminar recorriendo sus rocas de lavas aún palpitando entre la sed del naufrago, entre los labios del viajero, entre tú y yo, amor, perdidos, en busca de una razón para aun seguir viviendo todavía.

Estos son los territorios que sobre el pecho se alzan. Exactos, invictos, puros como tu cuerpo de nube entre mis manos. Como tus labios de pan, mientras devuelves tus pupilas sobre el cielo de mi boca. Mientras clamas la tristeza de todos los hombres.

Amanece en el Cabo de Gato. El mismo día que dicta que volvamos a encontrarnos para recordar que hemos llegado hasta aquí para habitar las últimas estancias del camino, para habitar los últimos recintos de los hombres, para habitar los rincones más íntimos del ser.

Y ya pasado los días, nadie preguntará por nosotros. Sólo quedará el Cabo de Gata, su silencio de isla, su palabra. Y con él, nuestros cuerpos retorciéndose sobre los labios, como un temblor apenas anclado sobre los fatigados mástiles de la memoria. Mientras que un día más, los mares vuelven a su cita puntualmente.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios