Capitalismo keynesiano

Podemos concluir sin temor a equivocarnos, que todo capitalismo es incompatible con cualquier democracia reaL

Tras la Segunda Guerra Mundial, el mundo occidental puso en práctica una forma de capitalismo más "justo", basado en los postulados del economista inglés John Maynard Keynes y en las aspiraciones de la socialdemocracia europea, que pasaba por implantar, desde la acción política y burocrática de los estados, una mayor redistribución de la riqueza. Financiados con fiscalidades nuevas y mayores, se instauraron un elenco de prestaciones y servicios públicos, subsidios y pensiones, educación y sanidad, constitutivos de lo que dio en llamarse "Estado del bienestar". Todo ello sin renunciar a la dinámica propia del mercado y la acción capitalista, manteniendo intactos los modos de producción, la propiedad privada y el trabajo asalariado. Esta doble faceta siempre supuso una contradicción permanente en la acción de este estado del bienestar, oscilante entre el intervencionismo que satisface las demandas ciudadanas y el acatamiento de las exigencias de los mercados. En el fondo, el capitalismo keynesiano adolece, como los demás, de una falta de legitimación por la aceptación de una dinámica, difícil de justificar democráticamente, que permite la apropiación privada por unos pocos de la riqueza socialmente producida. Por ello, la estabilidad de las sociedad capitalistas "avanzadas" ha dependido de su capacidad para "compensar" a los ciudadanos con salarios dignos y servicios públicos de calidad; también por su habilidad de implantar, poco a poco, un "espacio público despolitizado", donde las personas se olviden de la injusticia capitalista y orienten sus intereses hacia sus pequeñas aspiraciones privadas, la familia, la carrera profesional y el ocio. Con la caída del muro de Berlín y los procesos de globalización del mercado ganó vuelos el capitalismo neoliberal, implantado poco a poco, como el que no quiere la cosa, desde el impulso de mandatarios como Reagan o Thatcher, restando cada vez más territorio a las políticas keynesianas. Y de resultas, hemos llegado a la situación actual, donde los ciudadanos hemos visto a las claras el hurto de nuestro estado del bienestar, la verdadera naturaleza del sistema y su orden de prioridades. Podemos concluir por tanto, sin temor a equivocarnos, que todo capitalismo es incompatible con cualquier democracia real.

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