ESPELUZNANTE historia la del portuense Rafael Ricardi, alias El Caballito, que cumple condena desde hace diez años en la cárcel de Salamanca por delitos que no cometió. No es la primera vez que pasa, ni será la última, pero su caso es de película: un pobre desdichado marcado por la fatalidad al que nadie ayuda. Ni la Justicia, aquejada de una ineficacia agravada de clasismo y discriminación.

Ricardi ha sido la cabeza de turco elegida azarosamente por el sistema policial y judicial para calmar la alarma social generada por una serie de violaciones cometidas hace años contra mujeres de la Bahía de Cádiz. Fue juzgado y condenado en 1997 por su propia confesión y por el testimonio de algunas de sus víctimas que creyeron reconocer en su voz la del agresor. Las violaciones, no obstante, continuaron durante varios años más.

Era inocente. Su única "culpabilidad" consistía en ser un desarraigado, un politoxicómano que dormía debajo de un puente y, si acaso, que se confesó autor de crímenes ajenos en una situación en que cualquiera hubiera confesado lo que le hubieran puesto por delante. En enero de 2000, hace ocho años, el Instituto Nacional de Toxicología dirigió un escrito al juzgado de El Puerto que había instruido el caso con esta conclusión: el ADN de los restos de semen encontrados en la ropa interior de varias de las mujeres violadas no correspondía a Rafael Ricardi. La Policía Nacional tardó unos meses en remitir sendos escritos a la Audiencia Provincial y a la Fiscalía con tan relevante novedad. Ninguna de las dos instancias consideró necesario o pertinente revisar el asunto. Hace una semana -insisto, ocho años más tarde- la Policía ha detenido a un jerezano cuyas huellas genéticas sí coinciden, igual que las de otro jerezano ya identificado, con las de quienes cometieron las agresiones.

La directora de la prisión de Salamanca, según informó en este periódico Rosa Romero, aún está esperando una notificación oficial de la inocencia de El Caballito. En alguna celda bajo su mando languidece un hombre signado por la desgracia, pagando penas que no le corresponden, que se quedó sin casa porque se acostó zumbado y fumando y el cigarrillo se la quemó, y también se quedó sin familia cuando fue acusado de violador múltiple. En realidad no podía escapar al destino que le habían escrito. Si no lo hubieran metido en la cárcel la droga le habría matado, dicen los que le conocían. No sé si es un consuelo o un sarcasmo infame.

Rafael Ricardi, El Caballito, es inocente, pero pobre. Juan Antonio Roca, El Malayo, es presuntamente inocente, pero rico. Creo que la diferencia explica algunas cosas.

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