De reojo

José María Requena

Chipo(L) Maccartney

ÁCABABA de organizar mi agenda para no perderme la presentación que sobre temas del mejor Paul MacCartney, hará ese pedazo de músico que es Chipo Martínez el jueves día 15, a las 10'30 en el Pub Mediterráneo, cuando cayó en mis manos un breve reportaje de prensa sobre la que me pareció una desesperanzada "Crónica Personal" almeriense de Antonio Orejudo. Y vinculando una cosa y otra, me solacé un rato, como ahora les cuento. Acaso tenga algo de razón Orejudo cuando alude al carácter indolente y al espíritu provinciano del almeriense, dicho sea con la reserva de quién, como yo ahora, comenta el reportaje porque aún no ha leído en la fuente. Siempre he creído que en nuestro aislamiento secular, hemos acuñado en el sureste peninsular, junto con granainos y murcianos, algunas peculiaridades, entre las que destaca un talante reservado y lacónico, a las antípodas del perfil chistoso andaluz. También a diferencia de los paisanos occidentales, navegamos entre visiones desengañadas de la realidad, lo que nos impulsa a infravalorar, cuando no a torpedear de forma descarnada, cualquier propuesta, evento o persona que destaque del mero dejar pasar la vida, actitud que abona la penuria cultural a que alude el escritor. En tal referencia encuentra explicación que insignes paisanos, que merecen reconocimiento nacional, aquí no pasen de ramplones hijos de vecinos, cuando no de meros pardillos.

Uno de esos almerienses de dimensión universal que conozco y que aquí apenas cuenta con alguna mención anecdótica, es Chipo Martínez. Sus registros musicales son inagotables. No tiene más límite que el silencio. En cualquier escenario del mundo, destacaría. Ha mantenido a Almería en la vanguardia musical en los últimos treinta años y lo mejor, quizás, aún no ha aflorado.

De él aprendí que la armonía no es solo pura forma ni solo un mosaico de sentimientos, sino ambas cosas a la vez. Oyéndolo entretejer notas y compases, asimilé que cuando un buen músico afronta el reto de actuar, más allá del mecanicismo o mera reproducción de las notas de un pentagrama, recrea su personal forma de ver el mundo entre lo que los símbolos armónicos le sugieren. Y uso el término sim-bolo, que arrastra el sentido etimológico de poner o lanzar juntas dos cosas disímiles, porque con él, músico y música siempre, y ahora Chipo y MacCartney en concreto, van a sonar como solo los elegidos, saben hacer para que el sonido se haga arte.

Ahí tenéis, Antonio Orejudo y demás censores, otro gozoso oasis en que aliviar el desaliento del vagar por nuestro árido horizonte cultural.

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