Comidas de empresa

Participan las comidas de empresa de los estropicios de la inhibición que disuelven el orden de la compostura

Participan las comidas de empresa de los estropicios de la inhibición. Quítese estropicios si, en lugar de las circunstancias que llevan a abstenerse o impiden actuar, quieren destacarse los efectos "liberadores" de atemperar o rendir, siquiera sea momentáneamente, el orden o la disciplina de la compostura. A la postre -y en los postres- una comida de empresa pone algo fácil, o probable, manifestarse ante los compañeros, y los jefes, como no acostumbran a conocer en el trato cotidiano. Por eso no pueden asimilarse las comidas de trabajo, generalmente compartidas para trabajar más, con las comidas de empresa como celebración festiva. Cuando la Navidad asoma por la esquina de los días propios -los socorridos del solsticio para quienes no gustan de los gozos navideños o solo prefieren los primeros sin apellidos- y dado es reunirse en atenuada jerarquía. Como si los jefes se regalaran cercanos, aunque solo estén en la comida para quitarse de en medio pronto y dejar que los empleados, en una prolongada sobremesa, les corten con desahogo el traje.

De la desinhibición traen causa, entonces, las maneras extrovertidas del diligente trabajador al que la timidez impide deslices o guiños cotidianos. O la llantera mojada de la compañera de fatigas -recordada sea la maldición divina del trabajo por la pronta desinhibición de Adán y Eva- que parecía mujer resuelta, con criterios firmes, y ahora se rompe apareciendo vulnerable y frágil. O los modos del "colega" que, más abierto en sus manera diarias, cree que, en la euforia liberadora de la celebración, todo el monte es orgasmo y busca, afanosa y pegajosamente, la manera de encontrarlo, con el regalo de ligar como beneficio del fin de fiesta.

De modo que, vueltas las cosas a su estado natural, cuando los días no animados por lo extraordinario se hilvanan para los pespuntes de la rutina, recordar lo desacostumbrado, sobre todo cuando resultó estrepitoso, sorprendente o desmedido, se convierte en ese relato singular del "no te imaginas cómo". Y ya costará más tener por tímido al compañero que no suele mirar a los ojos -aunque esto no solo sea propio de los cortos de ánimo-, por segura a la mujer que se afirma con sobrada desenvoltura, y por abierto, pero no se pensaba que "salido", al rumboso en el ajetreo de las cuitas del trabajo. Cuando admitido resulta ser lo que se parece, hasta que la comida de empresa desvela lo que se es sin parecerlo.

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