Convivir con la corrupción

Hasta no lograr esa utópica sociedad más justa, aspirar a la erradicación total de los abusos resulta ilusorio

Ya desde su arcaico origen todas las religiones asumieron que pecar era algo, como un sino, fatal. Así que cada una ideó algún sistema de conllevancia con los pecadores y su perdón, al son ético de la época. También los códigos legales, desde Hammurabi y su progresista ojo por ojo -porque lo anterior era aún más brutal-, contaron con la ineluctable propensión humana a delinquir como algo consustancial a la coexistencia, así que todos regularon, cada vez más tino, su reprensión social. Y desde luego, honrando al axioma de que el poder corrompe, el currículo de las corrupciones políticas y de las poliédricas maneras de abusar de lo público, ofrece uno de los capítulos más señeros de la historia humana, desde la invención de la propiedad privada. Por tanto y hasta que no logremos esa utópica sociedad más justa y mejor educada con la que tantos soñamos, aspirar a la erradicación total de los abusos resulta ilusorio, dado el talante pícaro inherente al capitalismo salvaje en boga; así que lo operativo hoy por hoy, es refinar la transparencia y los controles de la gestión pública. O dicho de otra forma: tal es el calado de vicios que informan esta cultura del pelotazo que nos coloniza que cuando no se vea corrupción lo que cabe sospechar es que los controles no funcionan, no que no exista. Es un criterio que ya se aplicó allá por 1962 cuando España intentó adherirse a la entonces CEE e inició una negociación en la que era obligada una revisión europea a la administración franquista. Y cuando le tocó el turno a la Justicia, el Ministro Castiella se jactó de que aquí no existían expedientes a los jueces españoles, dato que alarmó a la Asamblea de la CEE, porque infirió que no es que todos los jueces fueran puros, algo inverosímil, sino que la judicatura hispana carecía de una inspección eficaz. Hoy sabemos que tenían razón. Así que, mutatis mutandis, cuando salte un caso de corrupción condenémoslo, claro, pero a la vez aplaudamos que el sistema sea cada día más efectivo para detectarlas, probarlas y para condenarlas, con todas sus consecuencias. Y cuando oigamos que en tal Comunidad regida por las mismas elites desde hace décadas, no existen corruptelas ni abusos detectados, recelemos seriamente de la pureza étnica que nos vendan y sospechemos, seriamente, que acaso por allí aún no haya llegado, y necesitan urgentemente, un cambio de régimen. Que la democracia real, aún no llegó.

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