Habría que bombardear Barcelona cada cincuenta años. Baldomero Espartero erró el tiro: era Madrid, como corte, la que debía haber sido desinfectada tres o cuatro veces durante el siglo. En su canal, de reina conocida por el espadón de las pelotas gordas, se ha confundido el agua de consumo con la vertida, apestan las alcantarillas y hiede al abrir el grifo. Los cerebritos de Podemos han vuelto a clavar el concepto: la trama. El presidente de la comunidad, las constructora de toda la vida de dios, de antes y de ahora, Suiza, el compiyogui, el periódico instrumental y su estrella de tertulias, los rojetes con quien comparte, el fiscal Anticorrupción y la "magistrada amiga de la casa" que les pone sobre aviso de que la Guardia Civil los está pinchando, el todo Madrid enterado, con sus mentideros, sus pulseritas, sus áticos en Marbella y su mierda repartida por todas las terminales. Y, ante todo esto, y para que no nos gane un Mélenchon o una Le Pen, a practicar la coprofagia, como los escarabajos. Hay que ser responsables, colocarse la pinza en la nariz, mirar para otro lado, confiar en el miedo al fascista y al comunista. El sistema será el culpable de su propio fin de no ser que se emprenda una profunda reforma de las instituciones. No es posible confiar nunca más en la virtud de cada hombre, o mujer, para llevar a cabo esta catársis imprescindible.

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