Derecho de anonimato

Puede que a muchos aficionados a la pose fotográfica desmedida les resbale aparecer en instantáneas ajenas

No conozco a nadie que no cuente entre sus recuerdos tangibles unas cuantas fotos de su infancia, de su familia y de sus momentos más señalados. Retratos positivados en sepia, en blanco y negro o en color que siempre han proporcionado ratos evocadores, nostálgicos, guasones y hasta humillantes cuando se compartían con la visita de turno. Si salías favorecido como si salías con cara de boniato, así se quedaba para la posteridad. ¡Y cero traumas! Hoy casi se acabó el revelado y salir raro en una foto, por no decir difícil de ver, sólo se podría conseguir de manera intencionada. Antes todo eso quedaba en álbumes guardados en un cajón del salón o, como mucho, expuestos en una pared del mismo a la vista de todo invitado conocido o desconocido, y a nadie se le hubiera ocurrido hacerle una copia a la foto y empapelar el pueblo con tu careto de bobito vestido de primera comunión. A lo sumo se habrían limitado a comentar con alguien el gesto de la criatura o lo hortera del marco. Y eso sería todo. Pero más allá de tentadores "revivals" de gloriosas épocas de fotomatón (¡qué gran invento!) la comparativa en este caso la reduzco a un único momento, ese en el que pasamos de la pared del salón en casa de tus padres y los álbumes descoloridos del cajón a dar la vuelta al mundo virtual porque estábamos en el momento preciso, en el lugar indicado. Y utilizo los términos preciso e indicado porque decir perfecto y adecuado sería estar de acuerdo con verme publicada hasta en el último rincón del planeta donde llegue una señal telefónica por satélite.

Puede que a muchos aficionados a la pose fotográfica desmedida les resbale aparecer en instantáneas ajenas. Es más, puede que lejos de resbalarles les encante, puede que hasta busquen con avidez al tataranieto del daguerrotipo para ofrecerle su mejor sonrisa, su mejor mirada y su mejor perfil. Pero ¿dónde queda la privacidad de quienes sólo pasaban por allí sin la más remota intención de formar parte del cuadro? ¿Cómo defenderse de tanto francotirador fotográfico? ¿Estar visible significa someterse a lentes frenéticas sin opción a elegir? Pocas preguntas son para tantos interrogantes como hay. Un artilugio nos puede hacer la vida más fácil, más alegre o más bonita, pero si se nos va de las manos, de las retinas y del disco duro puede que haya que echarle un freno a las redes y devolver su fruto a la intimidad de nuestro espacio privado.

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