Decálogo capital

Canturreando entre los dientes: amarás al dinero sobre todas las cosas. No darás la cuenta corriente en vano, propugnan

Atisbamos fieros el conocimiento y, sin embargo, nuestros sentidos son los que son, no hay vuelta de hoja, y tordos intentan hacerse con una remota idea de la realidad.

Sin embargo, sin darnos cuenta, comenzamos nuestros días manteniendo entre la mandíbula el decálogo del capitalista. Van de tapadillo. Están entre nosotros. Creemos estar a salvo, pero no, no es así. Somos sus rehenes y lo tienen claro. Así es como nos presentamos día a día al mundo. Con el alma desgarrada entre las manos y con los bolsillos vacíos. Pero rumiando sus creencias y sus mandatos, sí, es así. Canturreando entre los dientes: amarás al dinero sobre todas las cosas. No darás la cuenta corriente en vano, propugnan. Santificarás a las Empresas del IBEX. Honrarás a tu patrón y a tu amo como a ti mismo, nos farfullan. No matarás de hambre a tus trabajadores, dicen. A lo sumo, les harás un E.R.E o les darás una renta básica para que sigan tirando. No enseñarás tu patrimonio públicamente, nos advierten. No robarás. Recibirás ingresos del sueldo en diferido, a lo sumo, una tarjeta black, eso sí, si haces bien lo que te mandan, esparcen. No darás falsos testimonios al juez. Como mucho, se te olvidarán o dirás que ese día no estuviste ahí. No consentirás pensamientos ni deseos impuros del obrero. Sobre todo los relativos a las mejoras salariales o la posibilidad de seguir progresando como un ser humano más de la especie a la que perteneces -esto último, a veces se olvida y confunden a los trabajadores como animales o como elementos dignos de su esclavitud-. No codiciarás, dicen, los bienes ajenos. En tal caso, lo subarrendarás, o como mucho los desviarás a un paraíso fiscal o te acogerás humildemente a la amnistía fiscal, nos musitan. Que existen otras formas más elegantes de codiciar o de robar: defraudar o desfalcar, por ejemplo, divulgan.

Como se puede observar, este sistema social que nos han creado a nuestra imagen y semejanza, no sólo fue para cambiar la correa al mismo perro -no seamos ilusos, estimado lector- sino que también fue un gran logro dentro del imaginario intelectual del ser humano, de su espíritu -excelso y divino donde los haya- y, sobre todo, de la cartera -pero de la del otro, eso sí, que ahí es nada-. Y todo esto ocurre, porque de siempre se ha sabido que la humanidad es un ente sensible y muy sentimental con todas aquellas cosas del querer.

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