Decidir ¿quién? Decidir ¿qué?

Otra vez el lenguaje hábilmente manejado manipula las decisiones de la gente

Creo haber citado alguna vez al filósofo austriaco Ludwig Wittgenstein cuando advertía a los filósofos de las trampas y de las asechanzas que les tendía el lenguaje. Lo comparaba con una botella cazamoscas en la que quedaban atrapados los usuarios del lenguaje y de la que no podían salir. Esos derroteros equivocados a los que les conducía el lenguaje no son exclusivos, claro está, de los filósofos: los políticos, y por extensión, "la gente", con demasiada frecuencia se ven inmersos en situaciones en las que quedan atrapados; eso sí, en este caso, con el agravante de que ha habido alguien muy interesado que ha elaborado frases, consignas, que nos envuelven como en una tela de araña. Algunas veces se utilizan términos totalmente equívocos, como cuando se habla de "argumentarios", que no son más que compendios de "instrucciones" que hay que repetir una y otra vez cuando alguien pregunte, pero sin ofrecer razones de ningún tipo: expandir ideas a fuerza de repetir. Otro caso más llamativo es el de tratar de convencer utilizando cadenas de palabras que no son, en sentido estricto, "enunciados", en tanto en cuanto no tienen sentido completo porque son secuencias de palabras a las que le faltan elementos para poder ser consideradas "frases". Caso paradigmático: "derecho a decidir". ¿Qué quiere decir? En sentido estricto, nada. Faltan elementos importantes: por ejemplo. QUIÉN es el que tiene un derecho, y, sobre todo, el objeto directo que completaría al verbo "decidir": decidir ¿QUÉ? Sujeto de un derecho pueden ser desde un insecto a una sociedad completa. Objeto de una decisión pueden ser desde beber una marca de cerveza o casarse con una u otra persona y, obviamente, votar independencia o no. Por tanto, decir "derecho a decidir" es, en el fondo, no decir nada. Los proponentes parece que quieren montar el siguiente (falso) argumento: "Todo el mundo tiene derecho a decidir sobre cualquier cosa"; por tanto, y sin premisa intermedia, quieren que se obtenga como conclusión subconsciente: "Por tanto, el pueblo de Cataluña tiene derecho a decidir su independencia". Pero está claro que, si no se acepta la premisa inicial, la conclusión carece por completo de validez. Otra vez el lenguaje hábilmente manejado manipula las decisiones de la gente. Esta especie de maraña, este río revuelto de series de palabras que en sí mismas no tienen sentido, son capaces de llegar a auténticas revoluciones politicas.

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