Defensores acreditados

La observación se enfoca en lo fácil que es pedir respeto a todo y a todos, conocido y desconocido, cercano y lejano

Gracias a las tribunas populares con las que contamos en los últimos años voceadores de todo tipo, credo y condición sueltan sus pareceres henchidos de ufanía y convencidos de que no hay más verdad que la que les sale a ellos de sus bocas, o en el caso cibernético de sus teclados. Por ejemplo, me encanta oír a los defensores de la solidaridad, la justicia y el respeto multicultural emplear términos como "españistán". No sé si ignoran que el susodicho término es una adaptación lingüística al nombre de países centroasiáticos en términos peyorativos, o si, todavía más preocupante, lo tienen presente y aun así se les llena el paladar al usarlo. La incoherencia aquí es la madre de la ciencia. Es ese impulso irreflexivo, valga la redundancia, de expresar nuestras filias y nuestras fobias aceptando como correctas, en estricto sentido tolerante, fórmulas semánticas o vocablos descriptivos que nacieron del desprecio a otras realidades. Y si habláramos de humor todavía se reabriría el eterno debate de si en esos casos todo vale. Pero no, aunque locuciones como la anterior u otras como "república bananera/cocotera" se usen con ánimo jocoso para restar gravedad a situaciones sangrantes. La soberbia de sentirnos en posesión de verdades inapelables y razones incuestionables nos ciega la visión periférica y la perspectiva argumentativa haciendo de nuestro discurso una amalgama intragable de perogrulladas y populismo de endeble cimentación. Que no es por ponerme puntillosa. Lo de andarse con tanto ojo al hablar no sea que ofendamos a tal o cual fulano o colectivo se nos fue de las manos hace ya tanto tiempo que, como suele decirse, se perdió en los vórtices del tiempo. La observación se enfoca en lo fácil que es pedir respeto a todo y a todos, conocido y desconocido, cercano y lejano, petición noble donde las haya, mientras interpretamos con riguroso escrúpulo otro más de los clásicos refranes patrios: "A Dios rogando y con el mazo dando", o lo que vendría a ser ir pontificando sobre lo humano y lo divino sin echar un ojo y un freno a lo que defendemos y/o atacamos. Una vez más, el ciclo sin fin de buscarnos parroquia que no cuestione nuestras palabras para hacer lo propio y evitar pensar si nuestras palabras están exentas del veneno que acusamos en las foráneas. Una vez más, dando clases de acreditada fraternidad y desprejuiciado civismo con la ausencia de autocrítica por bandera.

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