Desafine autonómico

Una discriminación quizá no del todo consciente pero sí muy enraizada a ese talante de la burocracia cortesana

Almería supuso desde el inicio del invento, en 1980, un problema para la 'autonosuya' sevillana, una iniciativa que esta provincia nunca aprobó, recelando tal vez del trato que podía esperar de aquel furor folklórico. Siete lustros después, un dato indignante más, sigue justificando aquel recelo: la Junta dotará en 2017 con más de 3.000.000 de euros a la Real Orquesta Sinfónica sevillana (ROSS), frente a los 30.000euros que destinará a la Orquesta de Almería (OCAL). Y ello porque, según la Consejera de Cultura, aquella es pública, mientras que la OCAL es privada. Pero al menos es, o sea existe, cabría replicar, ya que si no fuera privada y su creación dependiera de la Junta, ni siquiera sería: no habría nacido nunca, esa joya cultural que es la OCAL. Así que mire lo que dice, Consejera, porque el problema no es que la Junta subvencione a la ROSS en una proporción de cien a uno, respecto a la OCAL: el problema es que en la Almería de hoy o tenemos una orquesta semiprivada (el Ayuntamiento aporta 100.000 euros) o no hay orquesta. Como tampoco el problema es la sucesión de agravios significantes, del tipo de que apenas el 2% de los Consejeros hayan sido almerienses, o que en el derroche de subvenciones de casi mil millones de euros entre 2001 y 2009, había 184 expedientes, (75% del total) en Sevilla, y en Almería se falsearan 4 (o sea, l '5%), etc.; datos que no pasan de ser la espuma visible del mal de fondo que existe detrás de cada una de tantas promesas hueras e inversiones incumplidas durante estos lustros de régimen sevillano, cuya etiología acaso no pueda desvincularse del egocentrismo capitalino en la gestión del poder y la falta de control efectivo sobre el antojo chovinista. Una discriminación quizá no del todo consciente pero sí muy enraizada a ese talante de la burocracia cortesana, tan relajada y dadivosa a la hora de mimar su terruño, pero tan indolente y perezosa a la hora de hacer lo propio en las periferias: tan proclive a distraerse a la hora de aplicar la igualdad de trato. Una disimilitud que se vive como humillación, cada día más sentida -y eso no suena a casual-, en las provincias orientales, contra el centralismo bético y contra ese talante del "egocentrismo ególatra y del vivir encantados de haberse conocido" con el que retrataba un intelectual sevillano, J. López-Herrera, a sus paisanos. Y no me parece mal que así lo vivan, oiga, pero sí que lo hagan a costa nuestra.

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