Desmontando la transición

Se está llevando a cabo una campaña contra la Transición dirigida por unos jóvenes que nacieron en plena democracia

En las guerras, es habitual que la gente que está viviendo muy tranquila en la retaguardia -por lo general, políticos y periodistas- se dedique a gritar pidiendo mucho más espíritu de combate a los pobres soldados que están en primera línea. Pero los soldados no quieren más valentía y más heroísmo. Están hartos de la guerra, de los piojos y de la muerte, y lo único que quieren es volver a su casa y dormir en una cama limpia, como duermen los políticos y los periodistas, en vez de dormir en una trinchera infestada de ratas. El escritor Joan Sales, que fue oficial del Ejército republicano, decía que respetaba mucho más a los soldados enemigos que tenía delante que a la gente de la retaguardia republicana que gritaba exigiendo heroicidades.

Lo digo porque ahora, una vez más, se está llevando a cabo una campaña de desprestigio de la Transición, y esa campaña la dirigen unos jóvenes políticos -con Alberto Garzón al frente- que nacieron en plena democracia y han vivido siempre protegidos y mimados por el mismo régimen que ahora dicen despreciar. Estos jóvenes ni siquiera tuvieron que hacer el servicio militar, pero ahora se permiten dar lecciones a los mayores que hicieron la guerra y sufrieron la cárcel y la tortura, y que por eso mismo, cuando llegó el momento, promovieron un programa de reconciliación nacional porque lo único que querían era poder vivir con normalidad y tranquilidad. Esta gente, casi siempre del PCE -pienso en Santiago Carrillo, Marcelino Camacho, Gregorio López Raimundo, Teresa Pàmies y tantos otros-, se jugó la vida y en muchos casos se pasó muchos años en la cárcel. Pero lejos de exigir una justa venganza contra sus antiguos enemigos, todos aceptaron las condiciones pactadas en la Transición para que no hubiera ni vencedores ni vencidos.

Pero ahora resulta que unos jovencitos que han vivido toda su vida en las confortables condiciones de una retaguardia se permiten exigir una valentía retrospectiva a unos hombres que lucharon en primera línea y que demostraron hasta qué punto supieron sacrificarse por el bien de los demás. Y lo más asombroso de todo es que mucha gente -sobre todo, periodistas e intelectuales- se permite ratificar las críticas de estos jovencitos petulantes. Todo es grotesco y absurdo, pero estas cosas ocurren en ese extraño país que llamamos España.

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