La ciudad y los días

Carlos Colón

Estéril y dañina polémica

LA libertad de los padres para educar a sus hijos tiene límites constitucionales, legales y éticos. La Constitución, las leyes emanadas de ella a través del Parlamento y la reflexión ética marcan esos límites. No se puede educar a los hijos, por ejemplo, en ideas o prejuicios homófobos, clasistas o racistas que limiten o ignoren los derechos de los otros u ofendan su dignidad. Por decirlo en positivo: los niños que tengan la desgracia de ser educados por padres sexistas, racistas o clasistas tienen derecho a que se les dé la oportunidad de salir de esos errores aprendiendo lo mejor que tres mil años de aportaciones judeocristianas y grecorromanas, humanistas e ilustradas, liberales, socialistas y democráticas han hecho por la libertad, la dignidad y la felicidad del ser humano.

Muchas veces, es cierto, estas aportaciones se han enzarzado unas con otras en pugnas no sólo de ideas; pero también es cierto que la razón crítica y la bonhomía (esa virtud del carácter y el comportamiento marcada por la afabilidad, la sencillez, la bondad y la honradez) intentan incansablemente convertir esa pugna en una convergencia en valores compartibles a través de la revisión crítica de las aportaciones hechas desde ámbitos religiosos, ideológicos o políticos.

Por ello la polémica al parecer inacabable sobre la Educación para la Ciudadanía -pese a su desafortunada denominación (¿por qué no Introducción a la Constitución?) y algunos errores fácilmente subsanables- me parece dañina y estéril. Ante la degradación de la convivencia derivada tanto de carencias educativas como de un clima de impunidad, el número creciente de conciudadanos que proceden de culturas distintas y otros desafíos o problemas que requieren esa madurez cívica que hace posible la convivencia en sociedades ya no cultural, racial o religiosamente homogéneas, es necesario converger en los principios constitucionales, legales y éticos que nos unen.

Para ello hay que aceptar que "mi" moral o "mi" idea de familia no son las únicas respetables, ni "mi religión" o "mi" ética las únicas verdaderas, y que por ello no pueden ser impuestas como si aún siguiera vigente la terrible frase con la que desde la Iglesia preconciliar se negaba la libertad religiosa o de pensamiento: "El error no tiene derechos". Lo que no equivale a un relativismo que renuncie a pensar y sentir que mis opciones morales o familiares son las mejores o mi religión y mi ética las verdaderas, respetando que otros piensen lo mismo de las suyas; siempre que dichas costumbres, ideas o creencias respeten el común marco constitucional, legal y ético.

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