LA concejala de Cultura del Ayuntamiento ha abierto en el mes de abril un interesante debate sobre la Feria de Agosto. La necesidad, o no, de recortar los días de las fiestas, se ha convertido -entiendo que de forma premeditada- en la piedra angular sobre la que ha girado la vida de la ciudad en la última semana. Cuando la Feria termina aquellos que nos gobiernan cierran el verano con el anuncio de analizar, sopesar, someter al juicio de los vecinos, de la oposición, de las asociaciones…, la necesidad de reestructurar la "semana grande de Almería", -en realidad diez días-, intentando cuadrar un círculo que por más vueltas que se le dé siempre queda convertido en un cuadrado, las más de las veces en un triángulo y con un poco de esfuerzo llegamos ál óvalo.

Es cierto que en los últimos años se ha perdido la verdadera razón de ser de la fiesta. El macro botellón en que se ha convertido la última semana de agosto vivió el pasado año su punto álgido. El centro fue un estercolero y se acabó con la noche como forma de expresión y elemento definidor de la Feria de la capital.

El Ayuntamiento, -pienso que con criterio-, se ha empeñado en recuperar los elementos, las claves, las raíces que han convertido las fiestas en una de las más atractivas de cuantas se celebran en el Mediterráneo. Conjugar todos los aspectos no va a ser fácil. Tampoco parece que desde la asociación de hosteleros se pueda pensar en una colaboración óptima y coherente. Al contrario. Se han enzarzado en una cascada de declaraciones altisonantes, que en nada contribuyen a un debate sosegado como el planteado desde el área de Cultura. No se trata de elevar el tono y mucho menos de desacreditar al contrario. La idea es arbitrar las medidas que nos ayuden a encontrar las líneas que definan nuestras fiestas. Este es el debate. Todo lo que se pretenda añadir, en la búsqueda de la confrontación, lo que hará es situarnos nuevamente en agosto con los mismos problemas, de difícil solución.

Y en esas estamos. El Ayuntamiento ha alcanzado un acuerdo con la oposición, dejando en ocho los días de fiesta. Aunque pueda parecer que la polémica ha acabado, dista mucho de ser así. El debate se ha multiplicado con la irrupción de los feriantes. La fiesta necesita renovarse, buscar la fórmula que la relance hacia el estrellato que parece haber perdido. ¿Cuándo? El mejor momento será septiembre, de forma sosegada, sin agobios y sin prisa. Eso sí, manteniendo nuestras raíces y llenando cada jornada de contenido. Alejando los fantasmas que puedan entender los festejos como la gran borrachera, y tratando de recuperar los elementos que la han hecho diferente al resto de cuantas nos rodean.

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