Feudalización de la esfera pública

La esfera pública crítica se afianzó con el paso al Estado social, donde el nuevo poder puso coto al libre mercado

En el Antiguo Régimen, la esfera pública era copada únicamente por el despliegue y ostentación exhibicionista del poder absoluto, el protagonismo total de un mundo de ritual y signos retóricos de grandeza con la única intención de impresionar a un pueblo pasivo y amedrentado, privado de toda oportunidad de hablar o intervenir. Las revoluciones burguesas que dieron paso a la Edad Contemporánea -la inglesa del XVII y la francesa del XVIII- tuvieron su origen en la expansión del mercado capitalista en el marco de la nueva sociedad burguesa, donde el tráfico de mercancías lo era también de noticias, de información y de opiniones. No es de extrañar que, en este contexto, naciera la prensa escrita y el acceso a ella por parte de esa burguesía. Surgió así una horizontalidad en la que burguesía y nobleza coincidían y podían enfrentar opiniones y discutir, generando una sociedad donde la razón y la argumentación se imponían a los modelos medievales. Ello condujo inevitablemente al cuestionamiento crítico del poder establecido y a las revoluciones. La esfera pública crítica se afianzó con el paso al Estado social del siglo XX, donde el nuevo poder democrático puso coto al libre mercado, favoreció un reparto más justo de la riqueza, incrementó los servicios públicos y amparó a los más desfavorecidos. El aumento del nivel cultural de la población y el surgimiento de nuevos medios de comunicación de masas expandieron notablemente la dimensión de la esfera pública. Pese a todo, y como ya atinó a pronosticar Habermas -uno de los grandes filósofos de nuestro tiempo-, desde mediados de siglo hacia adelante, la esfera pública fue decreciendo en actividad crítica al tiempo que crecía en tamaño. En ello han jugado un papel decisivo los grandes medios de comunicación, convertidos en agentes despolitizadores y banalizadores del pensamiento general, creadores de una cultura de masas para el entretenimiento y el ocio estéril, al servicio de los intereses del poder económico. Análogamente, en los Parlamentos se representa un duelo fingido donde se suministran al votante -cliente pasivo- productos políticos cerrados, listos para su consumo. Esta pasividad inducida, creada desde el poder, nos sitúa actualmente en una auténtica refeudalización de la esfera pública.

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