Hombre rico, hombre pobre

Pero debo de reconocer que me gusta andar entre la ínfima línea del precipicio. Así soy yo, una persona imprevisible

Parece que todo es normal. Padres que quieren educar a sus hijos en la cultura de la felicidad absoluta y no en la del esfuerzo, secuestrados por unos perjuicios que nos inculcaron un día incierto cuando nos dijeron que queríamos ser europeos y que la receta de la abuela ya no nos servía para nada. Debes de ser moderno -nos dijeron-, o sea. Y así llevo desde que salí de la adolescencia; bueno, mejor dicho, desde que me echaron a patadas de la adolescencia.

Recuerdo las caras de los padres cuando mi hijo se cae -no se ha hecho daño, veo desde la distancia correcta- y espero a que él solo se levante. Mal padre, me dirán, estoy seguro. Les observo de reojillo. Atisbo sus bufidos con mi entrecejo. Pero debo de reconocer que me gusta andar entre la ínfima línea del precipicio. Así soy yo, mi respetado lector, una persona imprevisible capaz de realizar las mayores atrocidades de este mundo, como por ejemplo, no comprarle esa chuche que mi hijo pide con insistencia y que no merece -se ha portado mal-, mientras que miro inhumano a sus ojitos de pan mojado en leche.

Ante los numerosos casos de hijos incapaces de valerse por sí mismos o que no se han adaptado a la cultura del esfuerzo, los modernos de hoy en día, como ya dije antes, han sacado a la palestra un nuevo concepto llamado carácter. Jamás he visto, me respondo. Cáspita, reitero, incluso me aventuro. Agüita, asevero. Y me quedo maravillado de cómo en pleno siglo veintiuno hemos dado estos pasos agigantados en el proceso evolutivo de la humanidad. Sé que es un concepto nuevo, mi querido lector, y por eso, si usted me permite, procedo a ilustrarle sobre esa concepto llamada carácter. Y es que el diccionario de la RAE asegura, intuye, vislumbra que esa misteriosa y nueva percepción simboliza la condición, la índole o la naturaleza de alguien que lo distingue de los demás, como la firmeza, la energía o el genio. Así es, parece ser que ahora lo moderno, lo new age y lo nuevo es enseñarle a nuestros hijos e hijas tener carácter. Y yo, ingenuo de mí, me pregunto qué será lo próximo: la democracia, la transparencia, las libertades, la responsabilidad. Hasta ese entonces, mi querido lector, sólo nos queda esperar pacientemente que los nuevos modernos nos vuelvan a deleitar con un nuevo hallazgo, con una nueva concesión hacia el conocimiento, con un nuevo milagro.

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