Justicia ideológica

Si estamos ante una buena sentencia ¿cuál es el origen de tanto alboroto?

Si algún improbable jurista marciano, experto en derecho hispano, aterrizara en este país y sin estar al loro del barullo mediático, accediera a la lectura sosegada de la sentencia sobre del caso Nóos, acaso concluiría que estaba ante una resolución judicial correcta. Que relata de forma ordenada e inteligible los hechos de las acusaciones que considera probados y los que no; que razona las responsabilidades individuales y atenuantes, de reparación o atenuación, para aplicarlas y graduar luego las distintas penas con que castiga a la decena de condenados, o para motivar por qué absuelve a la otra decena de acusados. Y eso, justamente eso, es lo que cualquier jurista serio, marciano o hispano, podría reclamar a un tribunal de un estado de derecho y lo que muchos juristas neutrales vemos -al menos desde fuera, o sea, sin entrar en el intríngulis del denso sumario- en esa sentencia judicial que tanto vapuleo y revuelo social ha generado por causas exógenas, tan maniqueas, malicio, como legalmente insolventes, asevero. Pudiera ser, por supuesto, que el T. Supremo en su día modifique alguna valoración probatoria puntual o algún aspecto técnico legal de orden menor: pero dudo, mucho, que altere en lo esencial lo resuelto ahora por la Sala Balear. Pero si estamos ante una buena sentencia -que además confirma la igualdad de todos ante la ley, excluyendo bulas de realezas- ¿cuál es el origen de tanto alboroto? En concurrencia con otros acicates de prensa rosa no desechen que gran parte del ímpetu escandaloso sea tributario de un juez instructor justiciero, o sea persuadido de su misión redentora frente a otros operadores jurídicos sépticos -como el fiscal- que apeló e involucró frívolamente a la opinión pública a la hora de justificar sus graves imputaciones, luego refutadas por la Audiencia. Es un perfil, ya clásico, de juez politizado más atento a la trascendencia social de sus ideales que al rigor técnico legal de su función, que proliferó años ha y que aquí resurgió y se creció ante la polémica mediática que le puso en bandeja un fiscal de no inferior afección populista. Ofreciendo ambos, casi al unísono, un lamentable episodio de demagogia justiciera más ideológica que técnica, que ahora felizmente la Audiencia ha zanjado con una sentencia coherente, plausible, sin estridencias, ni otras extravagancias extra forenses más propias de una justicia ideológico política, que legal.

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