Larra, en camino

En Larra, sobre el dandismo, sobre el amor infortunado de Dolores Armijo, pesó la vocación febril de la verdad

Se cumplen ahora, sin que sepamos decir cómo, ciento ochenta años de la muerte de Larra. Larra sigue siendo nuestro escritor más joven, y el príncipe de un periodismo que engrandeció sus armas con la literatura. Según cuenta Azorín, apenas unos cuantos amigos acompañaron su féretro por las calles de Madrid, y fue un jovencísimo Zorrilla quien leyó unos versos (suponemos que apresurados y deplorables) junto al cadáver. También dice Azorín, con la minuciosa detención que acostumbra, que ningún periódico se hizo eco de su muerte, y que sólo tras unos días se comunicó en un breve. De los artículos de Larra, casi todos extraordinarios, acaso el más solemne, el más irónico y desgarrador, sea el que titula Nochebuena de 1836, y en el que uno quiere advertir, sin justificación alguna, la sombra de una muerte que le llegaría al cabo de unas semanas. El artículo más amargo, no obstante, es aquel que firma en julio de 1835, y cuyo título, Impresiones de un viaje, no nos deja adivinar la naturaleza y el alcance de lo que Larra, hombre de veintiséis años, va a contarnos.

Y lo que va a contarnos Larra son sus últimos pasos en España, cuando se encamina hacia el destierro portugués. Durante mucho tiempo, en España siempre ha habido un español dispuesto a desterrar a otro. Durante siglos, quizá, el oficio del español ha sido este de acuciar y deplorar al español contrario. Y es en esa España de la Regencia que abandona Larra, la España del primer carlismo y de La Chata que recordaba, hace unos días, mi admirado Luis Sánchez-Moliní; es en esa España, digo, donde Larra, con un pie todavía en la tierra amada, escribe: "tendí por última vez la vista sobre la Extremadura española; mil recuerdos personales me asaltaron; una sonrisa de indignación y de desprecio quiso desplegar mis labios, pero sentí oprimirse mi corazón, y una lágrima se asomó a mis ojos". He ahí el formidable drama de un hombre expresado, no obstante, con singular modestia. En Larra, sobre el dandismo, sobre el amor infortunado de Dolores Armijo, pesó la vocación febril de la verdad. Y son esa urgencia y ese temblor, tan modernos por otra parte, los que llevaron -tal vez- al hombre Larra a la frontera última de la muerte.

Ya en suelo portugués, y apenas cruzado el arroyo Caya, don Mariano escribirá, vuelta la vista a España, con abatida y púdica grandeza: "Entonces el escritor de costumbres no observaba; el hombre era sólo el que sentía".

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