El callejón del gato

Lecturas

También soy muy receloso con respecto a las recomendaciones de los críticos profesionales

No soy lector de "best seller", salvo alguna excepción por recomendación de un amigo que sea de mi entera confianza, en cuanto a lecturas se refiere, y me aconseje un libro en particular. Descartados por tanto esos tronchos publicitados antes de salir de la imprenta y líderes en el ranking de las ventas, también soy muy receloso con respecto a las recomendaciones de los críticos profesionales. He sufrido demasiados desengaños, hasta el punto de que a veces dudo de su franqueza y pienso si a la hora de hacer la crítica no estarán más pendientes de favorecer a la editorial en cuestión, que cumplir con el lector al que dirigen su reseña. Ello no obstante, por mucha cautela que se tenga, es difícil librarse de no caer en la tentación de leer algún ejemplar de los que se consideran uno de los libros del año, como se suele decir, y tragarse un bodrio. Y es lo que me ha pasado a mí con una lectura reciente. Por si alguien sospecha, quiero aclarar que no se trata de Patria, una novela valiente y necesaria de Fernando Aramburu que hace un análisis muy certero sobre más de 30 años de la vida en el País Vasco bajo el terrorismo de ETA. Con respecto al libro en cuestión que se me caía de las manos hasta que tuve el valor de llegar al final, prefiero no dar su nombre. A lo que voy es a que, cada vez que termino una novela de un escritor contemporáneo y famoso que me deja mal cuerpo, vuelvo a los autores que tengo etiquetados como mis preferidos, cuyas obras son como el bálsamo de fierabrás y me devuelven la afición por la lectura. Para reponerme en esta ocasión he recurrido a Valle-Iclán, que por muy manoseados que tenga los libros de don Ramón, contienen tanta riqueza, que siempre me sorprende con algo que en anteriores lecturas pasara desapercibido. En esta ocasión, se me ocurrió coger la Sonata de Invierno y, al margen de la historia que nos cuenta sobre los amoríos otoñales de un aristócrata y católico ferviente, y como si todavía viviera y observara el ansia de independencia que domina en el sentimiento de muchos catalanes escribe "Yo confieso que admiro a esas almas ingenuas, que aun esperan de las rancias y severas virtudes de la ventura de los pueblos. Las admiro y las compadezco porque ciegas a toda luz no sabrán nuca que los pueblos, como los mortales, sólo son felices cuando olvidan eso que llaman conciencia histórica" No me digan que no es una sentencia como para quitarse el sombrero.

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