Lenguajes y lenguaraces

Sólo una mente rufianesca diría que, si se habla de esa manera en la calle, es deseable que se hable igual en el Parlamento

Decía Cicerón que "la historia es maestra de la vida". En cuanto maestra, mostraba qué debemos hacer y qué deberíamos evitar. Era como un canon de lo realizable y de lo evitable. Hoy día hay quien pretende ser como un pequeño Cicerón, pero introduciendo unas variantes algo inaceptables: sustituye la "historia" por "la calle", y no la considera maestra, sino modelo de imitación pura y simple: lo que hay en "por las calles" es lo que debemos trasplantar a todos los aspectos de nuestra vida. Tal justificación fue la ofrecida por algunas mentes "lúcidas" defendiendo el uso de ciertos lenguajes, los que se usan en las calles, en todo contexto posible. Con ello pretendían introducir la calle en las instituciones, defendiendo que, si se usa en la calle cierto vocabulario, y también cierto colorido o ciertas metáforas, es deseable que ese mismo vocabulario y esas mismas metáforas se utilicen en cualesquiera otros ámbitos. Me parece que tal posición es sencillamente simplista. Es desconocer que no todos los ámbitos de la vida son iguales, porque hay muchos "mundos", y que solo una mente algo rufianesca podría decir que, si se habla de esa manera en la calle, es deseable que se hable igual en el Parlamento. Oído lo oído, creo que hay llevar al Parlamento a personas con una mayor finura intelectual. No solo porque hace ya mucho tiempo el mismo Wittgenstein acuñó el concepto de "juegos de lenguaje", según el cual a cada ámbito de la vida (comercial, docente, cheli…) le corresponde su propio lenguaje con su propio vocabulario y sus propias reglas, sobre todo semánticas y pragmáticas; sino porque todavía hay una diferencia entre "lo que es", y "lo que debe ser". El Parlamento no parece ser una institución descriptiva; más bien tiene una finalidad prescriptiva. Para describir ya están el periodismo o la literatura. Pero desde el momento en que no nos gusta lo que se hace "en la calle", el Parlamento debe legislar. Ha de hacer leyes. Y al hacer una ley, esa ley no dice qué es lo que está pasando, sino corregir tanto en el sentido positivo como en el negativo lo que está sucediendo. Las leyes, cuya finalidad es determinar el "deber ser ", tienen como objetivo modificar las relaciones sociales en un sentido desiderativo. Y para alcanzar ese objetivo posiblemente haya que superar el lenguaje, a veces zafio, de la calle sustituyéndolo por otro más adecuado al contexto del Parlamento.

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