Moab

Si volvemos una vez más a las andadas o esto sólo forma parte de este gran circo llamado mundo, donde ni usted ni yo

La historia suele tener una inquebrantable voluntad de repetir, siglo tras siglo, los grandes horrores de la humanidad. Quizás, es por ello por lo que, de tiempo en tiempo, nazca un hombre o un individuo que cree que la vida le ha iluminado con don o con una virtud. Y que su llegada a este mundo ha sido para cumplir con ese cometido divino que le han encomendado -no, mi querido lector, no hemos evolucionado diez siglos atrás. Aún no, aunque lo parezca. Pero de iluminados el mundo siempre ha estado lleno y de ellos se ha nutrido. Y no debería de sorprendernos. Lo protervo o, si se me permite decirlo, mi querido lector, lo sospechoso es cuando ese ser o esa persona tiene el poder suficiente como para intentar llevar a cabo su gran logro, esa visión que le desvela por las noches, esos sueños ocultos que no le dejan dormir. Porque, por lo general, ese tipo de propósitos suelen ser distantes a la sensatez y a la cordura, suelen distar de la responsabilidad y el acierto. Y, en muchas ocasiones, ese tipo de maquinaciones nos suelen arrastrar a la catástrofe.

La vida en sí ya es un don divino. Y de las miles y miles de posibilidades de nacer, una entre un millón decidió que fuésemos nosotros y no otros a los que nos tocase vivir. Sí, mi querido lector, usted o yo, hombres y mujeres humildes girando amargos en la casa sin techo de la noche. Esa es ya de por sí la gran proeza del ser humano, el hallazgo, el feliz milagro: la belleza del universo reunida en la simple palma de una mano, la luz de las pupilas de ese ser amado, la sonrisa o los ojos de un hijo.

Es cierto que la estabilidad mundial pende de un hilo. Siempre ha sido así y las organizaciones internacionales, ese cortijo de vencedores, así lo atestiguan: esas formas amables de pactar la destrucción, esas maneras sutiles de decidir quién merece vivir y quién, por el contrario, no. Lo dictan. Y evidentemente, nunca lo suelo hacer y hoy no va a ser tampoco el día, no me precipitaré en emitir un torpe y tordo juicio de lo que está bien o de lo que está mal. Lo hecho, hecho está. Y ahora sólo queda que el tiempo y la historia dictamine su sentencia. Si volvemos una vez más a las andadas o esto sólo forma parte de este gran circo llamado mundo, donde ni usted ni yo, mi querido lector, estamos invitados, por ahora.

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