La corona de la reina

Silvia Segura

Nostalgia

SÁBADO, 5 y media de la tarde. Lugar escogido, Fines, municipio pequeño de gente grande, convertido en señor pueblo por su señor alcalde. 4 reses para dos espadas, uno de la tierra, Olivencia, otro de renombre, Manuel Díaz "El Cordobés", ambos de azul y oro, uno eléctrico, otro aturquesado. Arrancaron sus actuaciones con mesura y buenas maneras, filigranas con el capote rehogados con puñados de sentimiento, obligados a abreviar por la mansura de los toros, más cerca de ser bueyes que astados de lidia, cabriolas en sol y sombra, algún que otro natural precedía a los desplantes que evidenciaban la casta y el valor con que ambas figuras intentaban llevar a sus adversarios a firmar el pacto con la muerte. 2 novillos para un joven Álvaro Montes que demostró un dominio del caballo espectacular, con monta seria y templada, si bien falto de cintura a lomos de sus cabalgaduras, dudó mucho a la hora de matar necesitando varios intentos antes de hacer rodar a su enemigo por el tradicional albero, transformado para la ocasión en tierra grisácea poco apropiada para el arte del rejoneo, inadecuada para la técnica, la plasticidad y el temple que rodea la ejecución de las suertes y la belleza y perfección de la doma de los caballos. Sentada en las desmontables gradas de hierro en las que se alzaba el coso, en barrera, desde donde hay que verlos, mi constante inquietud me hacía observar a la afición taurina que no llegaba a abarrotar la plaza. En la presidencia, políticos de renombre, alumnos de mi época de instituto convertidos en ejemplares ediles, rostros anónimos entremezclados con viejas caras conocidas que ocupan portadas matinales de prensa escrita. Noté una tenue brisa que golpeaba mis mejillas de forma diferente. Allí, en el curso medio del río Almanzora, todo es distinto. El astro solar tiene otro candor, quizás por el impacto de los rayos sobre el mármol impoluto de la Sierra de los Filabres, tal vez por su reflejo en la seda del manto que cubre desde arriba las canteras de Macael… Macael de inmenso nombre, donde la discreción tiene que convertirse en uno de los baluartes de cada mañana, la prudencia y el decoro las armas propias al caer la luna. De frentes altas, que incansablemente luchan por hacer de su "urbs" su insignia de oro, "de oro blanco", protegido por la Señora de Señoras, nuestra Virgen del Rosario, de calles estrechas y empinadas, donde cada rincón tiene una historia. Ser macaelero no es un origen, ser macaelero es un sentimiento. Ráfagas de la infancia y adolescencia dispersaron mi mente, solo el estallido de los enfervorecidos aplausos del respetable, unidos a la pañolada blanca pidiendo los merecidos trofeos para el maestro, me hicieron volver al tendido, justo cuando el sexto de la tarde daba el último suspiro.

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