Siempre he sentido predilección por el otoño. Por encima del resto de estaciones, la mía, sin duda, es el otoño. El color cobrizo de las hojas caducas que levanta el viento, el atisbo de los primeros nublos que emergen desde África asegurando la lluvia, el rumor tranquilo y remozado de los incipientes arroyos que reverdecen de pronto el campo, la temperatura templada de las mañanas, el recuerdo de las luchas encarnizadas de las bestias en el monte, las bandadas de aves que cruzan el horizonte, aprisionadas en la mirada entre una maraña de cables alabeados que cuelgan de los postes de la luz…Pero, no sé, me temo que este octubre no va a ser como el resto de los que recuerdo. Ahora solo me alcanzan inquietantes muestras que parecen indicar que la confrontación está servida. El legítimo gobierno catalán, deslegitimado pronto por sus actos, quizá hoy mismo, se está preparando de forma seria y decidida para el envite. No se permiten disidencias, ni una fisura, todos a una y hacia delante. Pese a quien pese. Caiga quien caiga. Decreto a decreto, peón a peón, todos minuciosamente colocados para rematar la jugada. ¡Por la democracia!, ¡por el pueblo!, se insiste. Y las palabras, a fuerza de ser repetidas, calan y se hacen fuertes, como verdades incontestables.

He aprendido a lo largo del tiempo, y no sin haberme equivocado antes en demasiadas ocasiones, que nuestra vida en común se asienta sobre un cúmulo de concesiones. Porque ya se sabe que no es bueno asociarse con quien no sabe perder. Pero, ante el escenario que se prepara, con una maquinaria legal y jurídica activada y en funcionamiento, precisamente, para desbordar la legalidad en la que esa misma maquinaria ha surgido, me pregunto qué hemos de hacer los que también ponemos por delante nuestra la democracia y el pueblo, o el bien común, que tanto monta. Qué se espera de nosotros. Mucho me temo que no nos queda otra que arrimar el hombro para que la legalidad prevalezca, para que venza, si se quiere así. Y solo una vez que el imperio de la Ley se haya manifestado, sólo entonces, sentarse de una vez por todas y ver el margen del que disponemos para hacer nuevas concesiones.

Y mientras eso llega, soportar el ruido, la gresca, la infamia, también el postureo, claro, y ver cómo el rodillo de la justicia arregla esto, si es que ello es posible.

Buen verano.

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