Cambio de sentido

Ojú

No hay nada más penoso que la imitación lingüística del andaluz por parte de quien no lo es

Podemos estar tranquilos: en Salamanca el andaluz está completamente bajo control, no ha llegado el acento al Tormes. Con motivo de unas clases que he impartido en su universidad estos días atrás, he tenido la ocasión de prestar oído a los salmantinos y hacer mis propias pesquisas. Por los corredores del Colegio de Fonseca, en las aulas de Anaya se sigue hablando el español de Castilla, magnífico por cierto, luminoso y contundente como sus arquitecturas. Mozuelas hipsters por el puente, donjuanes del barrio de Garrido, pícaros de los mesones de Tejares, amantes en el huerto de Calisto y Melibea…: en Salamanca, del Obispo al Padre Putas, todos -válgame el americanismo- "hablan castilla".

Ya saben, el obispo de Salamanca, Carlos López, ha pedido a los jefes de los pasos procesionales charros el favor de no mandar con "marcado acento andaluz", menos cuando el resto del año "hablan con normalidad". Monseñor se ha hecho un lío: llama "deje andaluz" al lenguaje ritual, casi mistérico, fascinante, de los capataces de Sevilla, a los que servidora, andalucísima, chanela menos que el Reverendísimo, que es de Ávila. También peca -de pensamiento y palabra- al pensar y decir que "hablar normal" hablan los de allí, de lo que se deduce que, según él, los de aquí hablamos raro, si no malamente. Por lo demás, para mí que el obispo no ha dicho tontería, pues no hay nada más penoso que la imitación lingüística del andaluz por parte de quien no lo es. Sí, hay algo peor: un andaluz suplantándose a sí mismo, forzando el habla y aceptando como propia la imagen estereotipada del ser andaluz que arrastramos desde los viajeros románticos, y que se revitaliza cada poco desde la televisión, el cine y la prensa del corazón y otras vísceras.

El habla -las hablas- de Andalucía, y con ella nuestra identidad, es cada poco carne de polémica en la que los dispuestos a exaltarse por cualquier cosa entran a saco. Me quedo de un aire cada vez que unos -políticos canis o cátedros de la calle- sueltan que el andaluz es un castellano mal hablado de gente floja y otros responden con ininteligibles transcripciones fonéticas y fomentando la falsía, "la vieja calumnia -la llamó Quiñones- del andalú de siquiyo grasioso arsa y olé". El problema es el nivel del cliché -alto- y de la discusión -bajo cero-, y el complejo aún del ser y el decir andaluz. Lo que diré al respecto, éstos lo interpretarán como puntal de nuestra grasia y aquéllos como jocosa españolada. Allá ellos. Total: ojú.

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