PEDAGOGÍA MODERNA

El profesor debe enseñar a razonar al alumno, mostrarle los caminos de la razón y la lógica

Visitad un colegio a la hora de las clases y no oiréis más que gritos de niños a quienes se martiriza; y no veréis más que maestros enloquecidos por la cólera. ¡Buenos medios de avivar el deseo de saber en almas tímidas y tiernas, el guiarlas así con el rostro feroz y el látigo en la mano!... ¿Cuánto mejor no sería ver la escuela sembrada de flores?... Así se hermanaría la instrucción con el deleite". De esta forma se expresaba en pleno Renacimiento, durante la segunda mitad del siglo XVI, el insigne pensador francés Michel de Montaigne, una de las mentes humanistas más preclaras y adelantadas a su tiempo por la lucidez de sus pensamientos y por el espíritu de tolerancia y relativismo que siempre le acompañó. Sus escritos denunciando la enseñanza de su época, de corte aún medieval, y sus propuestas pedagógicas, por su vigencia y modernidad, no tienen desperdicio. Sus reflexiones son tan válidas hoy que muchos docentes deberían leerlas con pasión y asimilarlas con verdadera devoción. Montaigne defendía el aprendizaje mediante el juego. Para ello, "El preceptor deberá tener la cabeza bien formada, más que bien llena", no debe estar cargado de prejuicios y debe adaptar su enseñanza al alumno, nunca al revés. Debe de saber inculcar al niño el gusto por aprender, ya que toda formación depende en mayor proporción de la motivación del alumno; "no hay nada como atraer el interés y el afecto, de otra manera lo único que se logra son asnos cargados de libros". El profesor, además, debe enseñar a razonar al alumno, mostrarle los caminos de la razón y la lógica frente a toda superstición o fanatismo infundado. Debe incentivar su espíritu crítico y enseñarle a tamizar cuanto él mismo le enseña; en definitiva ha de propiciar la libertad y autonomía de pensamiento y de conciencia del alumno, que no acepte nada por imposición o por la simple aura de crédito o autoridad que pueda emanar la imagen del profesor. Sólo así se forman hombres realmente libres. La educación infantil ha de lograr hombres felices y conseguir una mejor sociedad para el futuro. Toda ésta pedagogía era bautizada por Montaigne como "dulce severidad"; su verdadero fin era mentalizar al profesor de que el único logro posible era conseguir la autonomía de aprendizaje del niño.

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