POR montera

Mariló Montero

Pecunia doloris

CUANDO la justicia es lenta no es justicia, dice un sabio y antiguo refrán, y nuestros tribunales, por desgracia, son lentísimos. Tanta parsimonia añade al sistema judicial español falta de humanidad. La Justicia es justa para los agresores, a los que protege -sin obviar su doliente laxitud, también-, pero se vuelve injusticia para las víctimas que quedan desprotegidas. Quizá tener humanidad no sea una de las obligaciones de la Justicia, pero podría añadirse en su evolución, al ser una de las ambiciones del hombre para hacerla realidad. Lo decía Cicerón: "La justicia es la reina de las virtudes". El reto sería que el pueblo recuperase la confianza en los órganos encargados de administrarla y en los procedimientos y sistemas que conduzcan a su correcta realización.

Pongamos el caso de una mujer, Ángeles, que lleva años luchando para que se restauren los derechos de su hija menor. La historia, abreviada, es: el matrimonio se separa y el ex marido tarda varios años en pasar la manutención. Ángeles se mete de lleno en procedimientos judiciales para recibir la pensión. El juzgado, de Alcalá de Guadaíra, retrasa dos años el proceso, vulnerando así el derecho constitucional que proclama que merecemos un juicio sin dilación. Ángeles consigue que el Consejo General del Poder Judicial reconozca que tiene derecho a una indemnización por el "funcionamiento anormal" de la Justicia, por su lentitud, pero el Ministerio del ramo le dice que los 12.000 euros que reclama por el perjuicio sufrido "ha sido reparado" desde que el ex marido saldó la deuda. Ángeles sigue luchando y el ex marido vuelve a las andadas de no pasar posteriores pensiones. Técnicamente, el caso afecta a la pecunia doloris.

Pecunia doloris es el precio que el tribunal le pone al dolor moral de la víctima, sea cual sea: precio por el órgano amputado en un accidente de tráfico, precio por el honor vulnerado, por no haber podido hacer algo, por falta de la pensión del ex marido. Quiere esto decir que la moral tiene un precio, aunque éste sea inmoral: 3.200 euros por una oreja amputada, 9.500 por el meñique izquierdo -más barato que el diestro-, o 5.690 por la amputación del pene, sin diferencias. Ángeles, con el dinero que no recibió en su justo momento, pudo haber matriculado a su hija en clases de inglés, ballet, música, química o efectuar un viaje de estudios con sus compañeras de colegio. No poder hacer lo que deseaba para realizarse o divertirse con sus compañeras le produjo un sufrimiento que en el Derecho romano se llama pecunia doloris: daño moral.

La pecunia doloris, debiéndose pagar, aunque sea con cantidades inmorales, no debe ser el único precio para calmar el dolor de las víctimas o familiares. El auténtico precio de la justicia es que sea justa y rápida.

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