La tapia del manicomio

Pedro el Granaíno, cantaor

Hemos recuperado el ánimo flamenco gracias a una soberbia actuación de un cantaor de los de antes

Las dos semanas de holganza se han pasado volando y ya estamos otra vez amarrados al duro banco de una galera, aunque no turquesca como la del poema de Góngora, sino "jolyniana", y bajo el rebenque del cómitre de Las Tres Villas. Como en Semana Santa sólo se pueden escuchar saetas, hemos recuperado el ánimo flamenco gracias a una soberbia actuación de un cantaor de los de antes: Pedro Heredia Reyes, "El Granaíno". El suceso tuvo lugar en el salón de actos del Museo de la Guitarra, dentro del XIV circuito municipal de divulgación del flamenco. Le dedicamos esta columna porque se lo merece y porque va a ser un descubrimiento para muchos aficionados. A pesar de que ya no es un niño y canta profesionalmente desde los dieciocho años, hasta ahora lo ha hecho "atrás" (como se dice en el argot cuando se canta para acompañar el baile), eso sí, con algunos de los más grandes como los Farrucos. Sólo a partir de 2012 ha empezado a echarse "alante" y está cautivando a los que lo vamos conociendo. En El Taranto ha estado un par de veces con sonoro éxito.

Hemos dicho que es un cantaor de los de antes, pero Pedro es también un cantaor de este tiempo. Conoce perfectamente todo el acervo clásico y se mueve con facilidad en los nuevos vientos que trajeron Camarón y Morente que integra sin aparente esfuerzo con las grandes herencias del pasado; y suena actual, no ya por los matices más modernos que incorpora, sino por las hechuras puras de su forma de cantar. Su voz, de un metal laíno y rancio, transita por los ecos más jondos de las seguiriyas, por las músicas difíciles de soleares y por los exactos tiempos del compás. En estos tiempos en que se impone la "posverdad" -es decir, la trola más descarada-, es bueno que aparezcan en escena cantaores que suenen así. Sin volver a usar lo de clásico y moderno, el cante de El Granaíno es sencillamente puro, entendiendo la pureza como la autenticidad, no como la ortodoxia repetitiva, como parecen opinar muchos viejos aficionados. De los que ya vamos quedando pocos, aunque sólo sea por una cuestión sencillamente demográfica. Cantaores, en cambio, parece que sí quedan, incluso entre generaciones recientes. Loado sea undibé que insufla su fuego sagrado a criaturas como Pedro Heredia.

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