UN nuevo Plan Estratégico para el campo, buscando la rentabilidad de los agricultores, es una de las prioridades de actuación que el nuevo consejero de Agricultura de la Junta de Andalucía, Martín Soler, ha puesto encima de la mesa. Aún así, debe ser el sector el que articule los mecanismos para superar la creciente falta de rentabilidad. El trabajo es ímprobo e ingente. No se trata sólo de seguir apostando por la lucha biológica, por abrir nuevos caminos en la comercialización o tratar de unir bajo el paraguas de la Interprofesional a todo el sector. Se trata de configurar o de tejer la tela de araña capaz de hacer más fuerte a la industria agrícola de Almería, con la colaboración inestimable de las administraciones, pero entendiendo que la innovación y las nuevas ideas deben partir también de los agricultores, de aquellos que hasta ahora han sido capaces de articular las bases de un desarrollo sostenible y próspero durante 40 años en la provincia de Almería. El nuevo consejero parece que está en esa línea e interesado por todo lo que acontece. Las bondades y los problemas que arrastra el campo no son nuevos para Martín Soler. Al contrario, lleva años en la brecha. Bajo estas premisas no es concebible que la oposición -sin respetar los cien días de rigor- haya comenzado ya a "dar leña" a los primeros pasos del consejero, con críticas exageradas y excesivas. El campo tiene problemas. La agricultura bajo plástico se debate en un proceso de renovación que puede llevarnos a su consolidación definitiva o a dar al traste con el maná de la provincia en el último medio siglo. Para alcanzar las metas deseadas hay que caminar juntos. Críticas sí; exposición de los problemas también; propuestas para solucionarlos, indispensables, pero nunca caminar en dirección contraria a los objetivos que deben ser comunes para todos los almerienses porque, en definitiva, lo que haremos es detraer recursos en polémicas absurdas para ganar -que luego no es verdad- unos votos.