Pobre justicia

Hay una justicia para ricos y otra para pobres. Las prisiones, generalmente, son para los pobres

Los corderos, ya se sabe, son mansos. Obedecen y se dejan llevar, no oponen resistencia nunca; a veces, incluso, hasta el punto de dejarse degollar y desollar. Un rebaño de sumisos corderos es metáfora de una sociedad domesticada, incapaz de rebelarse ante la injusticia. Pero los corderos de esa sociedad, férreamente controlada por poderosos depredadores, no son todos iguales; hay distintas clases o estatus entre ellos. Diríase que unos vigilan y controlan a otros; cada cordero pertenece a un estrato y obedece siempre al que está por encima de él. Cruel e implacable con el subordinado, servil y sumiso con el superior; ese es el modus operandi de una sociedad perfectamente organizada, donde nada se mueve y el poder absoluto nunca cambia de bando. En esta sociedad, quienes administran justicia son, casi como en cualquier otro gremio de la administración, un rebaño de funcionarios aplicados a distintos niveles. Se trata de una justicia jerarquizada, profundamente injusta y desigual, donde cada cordero pecador recibe sentencia de parte de un juez cordero de su mismo estatus, una pena en función de su condición, mucho más que en virtud de la naturaleza de la infracción. Todo depende del escalón económico al que se pertenezca. Hay una justicia para ricos y otra para pobres. Las prisiones, generalmente, son para los pobres. Los grandes saqueadores, los grandes criminales, los forajidos de altos vuelos, suelen tener para ellos jueces cordero específicos y particulares interpretaciones de la ley que, ya se sabe, se hizo para permitir la trampa. Tienen incluso hasta una legislación específica para salvaguardarlos y protegerlos, a fin de que no acaben en las cárceles donde se confinan los pobres diablos: amnistías fiscales, indultos y otras mandangas. En contadas ocasiones, algunos jueces de clase inferior reconocen públicamente lo profundamente injusta que es la justicia de los hombres. Y otros que, perteneciendo al estatus de la justicia para ricos, se atreven a aplicar la ley a los cuatreros de guante blanco como si fueran vulgares ciudadanos, son inmediatamente defenestrados. Por todo ello, y a modo de corolario, afirmaremos contundentemente que un hombre sin dinero es un bulto sospechoso y que una justicia que diferencia entre pobres y ricos es una pobre y miserable justicia.

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